Sábado 8 de septiembre
de 2012
He vuelto a la casa hoy temprano por la mañana pero apenas he podido hacer nada útil. Escribo en el antiguo escritorio del salón un momento antes del mediodía. Necesito dejar constancia de lo que ha ocurrido antes de que la memoria me gaste malas pasadas.
Tras desayunar en el
hostal y conocer a la pareja de Zaragoza que se alojará durante el fin de
semana en la habitación contigua a la mía (se casarán el próximo verano y son
bastante agradables) volví caminando a casa sin prisas, recreándome en el
paisaje.

Entré en casa y fui hacia el baño, donde me lavé las manos frotando con fuerza. Conseguí quitar el pegamento pero el olor continuaba, por mucho jabón que empleara. Aún persiste, lo noto mientras escribo.
Cuando salí del baño pude oír claramente un sonido seco en la planta superior. No cabía la menor duda de que se trataba de un portazo. Recordé que las puertas de las habitaciones las había dejado abiertas así que pensé que probablemente alguna de ellas se habría cerrado de golpe aunque no pude identificar en ese momento la causa de la corriente que lo había producido. Subí todos los escalones que me llevaban a la planta superior en apenas unos segundos. Todas las puertas de las habitaciones estaban abiertas. Únicamente la que daba a la subida del ático permanecía cerrada. Sentí un escalofrío. No podía ser; ayer no pude abrirla porque estaba cerrada con llave. Avancé hacia ella y apoyé la mano en el picaporte, moviéndolo hacia abajo. Con un clic seco pude comprobar cómo se abría sin traba alguna que lo impidiera. El corazón me dio un vuelco. La única posibilidad que dictaba la lógica era que esta había sido la puerta que se había cerrado de golpe pero personalmente comprobé ayer que se encontraba cerrada con llave.
Intenté ordenar las
ideas y acto seguido encontré la solución más lógica. Dejé de presionar el
picaporte y marqué en la agenda del móvil el número de mi madre.
- Mamá,
soy Juan. Oye, ¿quién tiene las llaves
de la casa de los abuelos además de mí? Un juego lo tenía el Notario pero no sé
si había otro que utilizabais para venir a atender la casa cuando tocaba.
Se quedó pensativa durante un rato.
- Sé
que los últimos en ir fuimos nosotros pero luego le pasamos las llaves al
siguiente que tenía que ir por turno, como hacemos siempre, así que
se las dimos a tu tía Ana.
- ¿Y
puede que hayan venido al pueblo sin avisar y hayan entrado ayer en la casa?
- No
creo – dijo enseguida -. Tus tíos ya están al tanto de tu herencia y nos lo
habrían dicho a ti o a tu padre y a mí. No hace mucho hablé con tu tía y quedó
en devolvernos las llaves para que las tengas todas. Y tu primo está de viaje
así que no creo que estén por el pueblo. ¿Pasa algo?
Preferí no decir nada, no quería preocuparla.
- No, nada. Esto es
tan grande que cuesta un montón comprobar que todo está bien – No sabía qué
decir así que cambié de tema - . El pueblo es estupendo y el hostal lo lleva
Celia, la hija de la señora Remedios, ¿te acuerdas de ella?
Después de unos minutos
más de charla trivial colgué prometiéndole que volvería el lunes o a más tardar
el martes a casa y que más adelante vendría de nuevo al pueblo acompañado para
terminar de adecentar la casona. Mi mente sin embargo seguía dando vueltas.
Hice acopio de valor. De nuevo giré el picaporte abriendo la puerta, que no
emitió ruido alguno salvo un ligero chirriar al final del recorrido, y me
adentré en las sombras…
(Continuará).
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