Confieso
que me gustan los Blockbusters (no todos, entiéndase), aunque no me gusta
excesivamente esa palabra porque me recuerda a videoclub caduco. Me gusta más
llamarlas Super o Megaproducciones, léase Hobbits, Caballeros oscuros,
Vengadores y demás fauna al uso. Pero en esta ocasión os quiero recomendar otro
tipo de cine, menos comercial y muy centrado en relatos de personas y
personajes. Películas de bajo presupuesto que cuentan una historia donde la
gente es lo fundamental y no los alardes técnicos.
A veces es un cine difícil
de ver porque si tienes en el cerebro “metido el chip” que en innumerables ocasiones
nos inculcan los medios de que todo tiene que transcurrir a toda velocidad o
tiene que haber explosiones, tiros, efectos especiales… cine “de consumo”, en
estas películas no lo vas a encontrar aunque sí por lo general una notable
disección de estilos de vida muy diferentes al occidental, historias de
personas que desarrollan su día a día en un ambiente y unas circunstancias que
nos pueden chocar o resultar como si estuvieran en Marte pero que sin embargo
son muy reales y desarrollan un pedacito de la vida y alma de estas gentes,
contemporáneos nuestros y sin embargo tan desconocidos, con una cultura tan
diferente y tantas cosas que contar.
Es el caso por ejemplo de BUDA EXPLOTÓ POR VERGÜENZA, una pequeña joya de la directora iraní Hana Makhmalbafla que cuenta la historia de Baktay, una pequeña niña afgana para quien estudiar se convierte en una auténtica obsesión en un mundo dominado por la tiranía talibán. O LA FUENTE DE LAS MUJERES, del director rumano Radu Mihaileanu, que cuenta la rebelión de las mujeres en una aldea de Oriente Medio para conseguir que el agua llegue hasta el abrevadero de la plaza en lugar de tener que acarrearla diariamente desde las montañas, con el consiguiente sufrimiento y ante la inoperancia de los hombres de la aldea. O NADER Y SIMIN, UNA SEPARACIÓN, del también iraní Asghar Farhadi, que cuenta con una factura más “occidental” a tenor de lo expuesto por algunos críticos y que consiguió el Óscar 2011 a la mejor película de habla no inglesa o el Oso de Oro en Berlín entre otros muchos premios.
La última que he visto y que os recomiendo es UNA BOTELLA EN EL MAR DE GAZA, dirigida en 2011 por el francés Thierry Binisti (profesor de la Escuela Superior de Estudios Cinematográficos de París) y basada en la novela de la periodista Valérie Zenatti, que residió en Israel durante su adolescencia en la década de los 80. La película tiene una trama sencilla dentro de la complejidad de las relaciones entre judíos y palestinos; es la historia de Tal (Agathe Bonitzer), una chica francesa estudiante que tras presenciar un atentado en el café del barrio en que vive se plantea muchas cuestiones acerca de lo absurdo de la guerra y el papel del azar en la vida y en la muerte, expresando sus inquietudes en un mensaje que deposita en una botella que entrega a su hermano militar para que la lance al mar cerca de Gaza, territorio palestino. La botella será recogida por Naim (Mahmud Shalaby), quien responderá al mail que Tal deja en el mensaje iniciándose así una relación epistolar mediante correo electrónico entre dos jóvenes de sociedades enfrentadas que les hará evolucionar y que constituye el nudo de la trama.
En cierto modo y salvando las distancias recordaría a las novelas “Contra el viento del Norte” y su secuela “Cada siete olas” de Daniel Glattauer pero si en éstas lo que prima es una curiosa relación romántica en medio de la soledad tecnológica que nos rodea, en Una botella en el mar de Gaza sirve como excusa para poner en contacto dos jóvenes de sociedades muy distintas y enfrentadas con sus propias inquietudes, preocupaciones e ilusiones. Es destacable el ritmo narrativo, sin prisa pero sin pausa, la notable interpretación tanto de la pareja protagonista como de los secundarios tanto en el lado israelí como en el palestino y el retrato de los dos pueblos con sus peculiaridades y notables diferencias, el distinto desarrollo de ambas sociedades y el apego a las tradiciones.
En la actuación de los actores se refleja el odio atávico que separa a ambos pueblos pero también la comprensión a través del conocimiento y la cultura que los une. Se deja de lado el efectismo visual salvo en alguna secuencia aislada, algo más cruenta aunque sin exageraciones y se aborda el conflicto de manera realista y cotidiana tomando la amistad como pivote para la ayuda y comprensión entre los pueblos. En resumen, sin ser una obra maestra cumple a la perfección con sus objetivos y puede ser una buena forma de aproximarse a este tipo de cine, del cual hay numerosos exponentes que intentaremos ocasionalmente descubrir y recomendaros. ¡Que tengáis un año de cine!
Es el caso por ejemplo de BUDA EXPLOTÓ POR VERGÜENZA, una pequeña joya de la directora iraní Hana Makhmalbafla que cuenta la historia de Baktay, una pequeña niña afgana para quien estudiar se convierte en una auténtica obsesión en un mundo dominado por la tiranía talibán. O LA FUENTE DE LAS MUJERES, del director rumano Radu Mihaileanu, que cuenta la rebelión de las mujeres en una aldea de Oriente Medio para conseguir que el agua llegue hasta el abrevadero de la plaza en lugar de tener que acarrearla diariamente desde las montañas, con el consiguiente sufrimiento y ante la inoperancia de los hombres de la aldea. O NADER Y SIMIN, UNA SEPARACIÓN, del también iraní Asghar Farhadi, que cuenta con una factura más “occidental” a tenor de lo expuesto por algunos críticos y que consiguió el Óscar 2011 a la mejor película de habla no inglesa o el Oso de Oro en Berlín entre otros muchos premios.
La última que he visto y que os recomiendo es UNA BOTELLA EN EL MAR DE GAZA, dirigida en 2011 por el francés Thierry Binisti (profesor de la Escuela Superior de Estudios Cinematográficos de París) y basada en la novela de la periodista Valérie Zenatti, que residió en Israel durante su adolescencia en la década de los 80. La película tiene una trama sencilla dentro de la complejidad de las relaciones entre judíos y palestinos; es la historia de Tal (Agathe Bonitzer), una chica francesa estudiante que tras presenciar un atentado en el café del barrio en que vive se plantea muchas cuestiones acerca de lo absurdo de la guerra y el papel del azar en la vida y en la muerte, expresando sus inquietudes en un mensaje que deposita en una botella que entrega a su hermano militar para que la lance al mar cerca de Gaza, territorio palestino. La botella será recogida por Naim (Mahmud Shalaby), quien responderá al mail que Tal deja en el mensaje iniciándose así una relación epistolar mediante correo electrónico entre dos jóvenes de sociedades enfrentadas que les hará evolucionar y que constituye el nudo de la trama.
En cierto modo y salvando las distancias recordaría a las novelas “Contra el viento del Norte” y su secuela “Cada siete olas” de Daniel Glattauer pero si en éstas lo que prima es una curiosa relación romántica en medio de la soledad tecnológica que nos rodea, en Una botella en el mar de Gaza sirve como excusa para poner en contacto dos jóvenes de sociedades muy distintas y enfrentadas con sus propias inquietudes, preocupaciones e ilusiones. Es destacable el ritmo narrativo, sin prisa pero sin pausa, la notable interpretación tanto de la pareja protagonista como de los secundarios tanto en el lado israelí como en el palestino y el retrato de los dos pueblos con sus peculiaridades y notables diferencias, el distinto desarrollo de ambas sociedades y el apego a las tradiciones.
En la actuación de los actores se refleja el odio atávico que separa a ambos pueblos pero también la comprensión a través del conocimiento y la cultura que los une. Se deja de lado el efectismo visual salvo en alguna secuencia aislada, algo más cruenta aunque sin exageraciones y se aborda el conflicto de manera realista y cotidiana tomando la amistad como pivote para la ayuda y comprensión entre los pueblos. En resumen, sin ser una obra maestra cumple a la perfección con sus objetivos y puede ser una buena forma de aproximarse a este tipo de cine, del cual hay numerosos exponentes que intentaremos ocasionalmente descubrir y recomendaros. ¡Que tengáis un año de cine!
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