domingo, 19 de mayo de 2013

El Ático (Parte 11)


En la actualidad.

- Y bien, ¿cómo estamos hoy?

     El doctor Gancedo miró fijamente a su paciente a través de sus finas gafas con montura al aire. Tenía la historia clínica delante, tradicional, sin elementos informáticos. Prefería el contacto directo y sin sofisticaciones. Procuró no juguetear con el bolígrafo, un vicio que tenía desde los tiempos del Instituto.

- Mejor. La nueva medicación es más efectiva.

     Se hizo una breve pausa, nada incómoda. El especialista rompió nuevamente el silencio.

 - Pero…


- Hay días en los que duermo mejor, me siento más descansado por la mañana y rindo más en el trabajo, pero las pesadillas no han remitido.

- ¿No ha notado ninguna variación? – Garabateó algunas notas en la Historia Clínica.

- Son menos frecuentes e intensas.

- ¿Y en cuanto a contenido?

- Sin cambios. La misma historia se repite una y otra vez. Yo en el bosque, siento mucho frío, como si se me helara la sangre. En muchas ocasiones hace un fuerte viento, llueve o la niebla me impide ver a pocos pasos. Hay algo que me acecha, sonidos y visiones extrañas, incluso llego a percibir el aliento de algo vivo a mi espalda. Estoy paralizado. Cuando intento avanzar, un peso invisible sobre mi cuerpo me lo impide y si me giro… - Esta vez sí se hizo una pausa incómoda.

- Continúe.

- Ya se lo he contado mil veces, doctor.

- Me gustaría escucharlo de nuevo -. Parecía verdaderamente muy interesado. Era un gran profesional, o por lo menos fingía muy bien.

- Esta es la parte del sueño que más varía. A veces me doy la vuelta y aparezco en mi ático, tranquilo y cálido; otras veces me ciega la luz más potente que pueda usted imaginar; o bien siento que vuelo por encima de las copas de los árboles y veo… a toda esa gente. La que ha muerto por mi culpa.

   El psiquiatra dejó de escribir. Se le notaba impresionado, aunque no mostró gesto alguno de sorpresa.

- ¿Quién le ha dicho que han fallecido?

- Lo sé. Tiene que ser así.

- El hecho de que hayan desaparecido no quiere decir que hayan muerto. No ha aparecido ningún cuerpo.

- ¿Y dónde cree que pueden haber ido a parar, después de tanto tiempo sin tener noticias de ellos?

     El especialista intentó poner una nota de sensatez en el discurso.

- Eso con el tiempo nos lo tendrá que decir la Policía, cuando terminen las investigaciones.

- En mi sueño aparecen y  son como almas sin vida vagando por el bosque sin rumbo fijo. Los veo allí aunque no sea en el bosque donde se haya producido 
su desaparición. Sobrevuelo sus cabezas y cuando me acerco a ellos alzan la mirada y me observan; una mirada fría, vacía, que me produce un terror incontrolable. Y cuando estoy a punto de caer me despierto, empapado en sudor.


   Bajó la vista y volvió a escribir en sus notas, tan sólo un par de frases.

- ¿Cree que todo esto tiene solución, doctor? ¿Me curaré algún día?

   Se tomó un par de minutos antes de responder, no sin antes dejar el bolígrafo sobre la mesa y centrar en el paciente toda su atención.

- Dudo mucho que tenga usted una enfermedad mental grave al margen de este trastorno del sueño y esa curiosa obsesión de hacerse responsable de todas las desgracias que han ocurrido en su pueblo desde que ha asumido la responsabilidad de una herencia que mantener. Debe hacer frente a sus miedos y obsesiones.

- Ni siquiera he podido volver a acercarme por el pueblo…

- Ahí lo tiene. Si no lo hace frente, no podrá nunca librarse de ello. Es una típica neurosis.

- Pero es objetivo que lo que está ocurriendo tiene que ver con la casa, conmigo, lo que ocurre en el ático…

- Nada de todo eso es responsabilidad suya. Usted lo único que hizo fue heredar una casona. Deje que sean las autoridades las que intenten aclarar lo que está ocurriendo.

- Puede que tenga razón… - dijo el enfermo sin demasiado convencimiento. Fue de nuevo el médico el que guió la conversación.

- Le voy a subir un poco la medicación. Vuelva en dos semanas y observaremos los progresos. Es esencial que se encuentre mejor para poder afrontar el problema de una vez por todas.

    Sin embargo, lo que el paciente no había contado en la consulta era que muchas de las sensaciones que experimentaba se producían incluso despierto, a plena luz del día y cuando menos lo esperaba. De todas maneras, ¿quién iba a creerle?


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Un apunte del pasado…

La noche del 18 de Agosto de 1947, en una Base de Defensa Marina (conocida popularmente por el Depósito de Torpedos), situada en las inmediaciones del astillero y paradójicamente también construida por Echevarrieta, explotó, por causas todavía no muy bien aclaradas, un polvorín de minas marinas. Todo el barrio de San Severiano, en el extrarradio de la ciudad, quedó arrasado. Hubo 152 muertos y más de 5000 heridos. 2000 edificios fueron dañados de los cuales 500 quedaron destruidos. Esa noche quedó marcada en la memoria colectiva de la ciudad. Todo gaditano al referirse a ella la denomina simplemente La Explosión.
El Astillero, colindante casi con la Base Marina, fue de los más afectados, pero no hay mal que por bien no venga.
La Explosión trajo como consecuencia un cambio de rumbo en el devenir de los Astilleros. La situación por la que se atravesaba era muy complicada. Tenía problemas de todo tipo y la Explosión  significó, a la postre, la solución de todos ellos.
En esa noche en  el Astillero se encontraban tres barcos en construcción  (“Juan de Austria”; “Almirante Lobo”; ”Ancud”) y dos en armamento ("Villafranca" y "Villanueva"). Todos ellos sufrieron serios daños. Las instalaciones del Astillero quedaron arrasadas. 27 trabajadores fallecieron. El hecho de que la explosión se produjera en un cambio de turno evitó un mayor número de muertos entre los trabajadores.
La destrucción de la factoría significaba dejar sin trabajo a las cerca de 2.500 personas que en ella trabajaban. En una ciudad como Cádiz, con prácticamente ninguna otra alternativa de trabajo, eso significaba un gravísimo problema social. Por ello, entre las peticiones de ayuda, una de las prioritarias fue la de solicitar la reconstrucción del Astillero.
Echevarrieta intentó por todos los medios salir adelante, pero agotados sus recursos no tuvo otro remedio que solicitar al Gobierno la incautación de la factoría.  En Enero de 1951 se aprobó la intervención estatal del Astillero de manera provisional. La noticia de que el Estado se hacía cargo del Astillero fue recibida con alborozo en la ciudad.  En Junio de 1952, el INI compró el Astillero a Echevarrieta, constituyéndose una nueva sociedad con el nombre de “Astilleros de Cádiz”.

Fuente histórica:
Historia de los astilleros de Cádiz.
Echevarrieta y Larrinaga.
Foto procedente de la misma fuente.

(Nota a mano en el diario).


(Continuará)

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