domingo, 2 de junio de 2013

El Ático (Parte 13)

    Hicimos una breve pausa junto al pozo una vez traspasamos la verja del jardín. Cristina no quería perderse detalle alguno. La extraña sustancia que se me había quedado pegada a la mano cuando me apoyé en el brocal aún seguía ahí. Le conté lo que había ocurrido y mostró un vivo interés, acercándose al máximo al pozo hasta percibir su aroma dulzón y acre.

- Sobre todo no la toques – le advertí -. Yo aún no he podido librarme de la sensación de haber apoyado la mano sobre ella, a pesar de las incontables veces que me he lavado la mano.


- Es extraña – comentó como pensando en voz alta sin dejar de mirarla -. Tiene pinta de ser muy viscosa pero a su vez no tiene un color definido. Es como transparente. Y ese aroma, como a fruta pasada.

- Si la tocas, el olor se te quedará Dios sabe cuánto tiempo. Es como el aroma de una mofeta pero dulzón.

       Cris giró la cabeza hasta mirarme directamente a los ojos.


- Exagerado  -. Por si acaso, ni siquiera arrimó su mano para tocarla y se incorporó despacio, para evitar el dolor de espalda que le produce la escoliosis que padece desde la infancia -. Si pudiéramos recoger una muestra… Un vecino mío es químico y trabaja en un laboratorio farmacéutico. Tengo bastante confianza con él y podríamos pedirle que nos la analizara.

- Es buena idea – asentí -. Pero no veo la manera de que podamos hacerlo, no tenemos medios.

- De momento, hazle una foto con el tablet o el móvil – dijo Cris con uno de sus habituales estallidos de entusiasmo -. Se la podríamos incluso mandar por mensaje o correo electrónico.

    Verdaderamente, era una fuente de ideas y en cierto modo le fascinaba poder ayudar y ser un poco el ombligo del mundo. También me pareció buena opción, de manera que hice una foto con el móvil y la guardé en la carpeta de archivos de fotos.

- Si quieres luego llamo a mi vecino y le comento que le vamos a mandar una foto para ver si visualmente nos puede dar alguna pista de lo que es y algún truco casero para que podamos recoger una muestra sin contaminarla.

- No puedo hacer otra cosa que estar de acuerdo contigo, me parece todo fantástico – le dije contagiado por su vivacidad. Sonrió abiertamente. Continué explicándole que el pozo ya no se utilizaba y que había sido sellado desde hacía ya mucho tiempo. También le comenté que en la parte trasera de la casa lo único más interesante era el cobertizo de las herramientas donde mi abuelo tenía su pequeño taller, de manera que sin más dilación le conduje hasta la puerta de la casa, introduje la llave en la cerradura y la giré, cediendo sin dificultad. En ese momento me di cuenta de que no había reparado en cómo se encontraban las cortinas del salón, un detalle que el día anterior me había desconcertado y que ahora me pareció una nimiedad. Cristina me daba cierta seguridad simplemente con su presencia.



   Entramos despacio en el salón, como si no quisiéramos perturbar la extraña quietud de la casa. Seguramente por el mismo motivo, dije en voz baja:

- Podría enseñarte con detalle todas las habitaciones pero si te parece eso lo haremos más tarde o incluso si quieres podemos volver después de Misa - ¿había yo dicho eso de verdad? -. Ahora vamos a subir al piso de arriba y al ático.

- A eso se llama ir al grano…

     Al igual que había hecho el día anterior, subí la escalera hasta el piso superior mientras Cris me seguía a corta distancia. Todo estaba tranquilo y en calma. Cruzamos el pasillo hasta llegar a la puerta del fondo, que ahora estaba cerrada de nuevo si bien yo no recordaba cómo había quedado después de mi “estampida” de la mañana de ayer; eso sí, pudimos abrirla sin necesidad de llave alguna. Mi amiga iba muy silenciosa esta vez mientras subíamos la pequeña escalera de madera, un poco sobrecogida. Tras penetrar en el ático, no pudo evitar otro de sus evidentes y sonoros gestos de asombro.

- ¡Ostras! ¡Qué chulo!

      El ático estaba radiante y luminoso, como si estuviera dándonos la bienvenida. Hoy el día había amanecido más soleado que ayer pero aún así la estancia irradiaba una luz y un calor mayores de los esperados; la sensación era sumamente agradable.

- Esto es fantástico Juan – me dijo Cris entusiasmada -. Tienes aquí un sitio increíble para convertirlo en un saloncito de estar, de juegos o de lectura. Me encanta, de verdad.

- Sí. La verdad es que hoy lo veo con otros ojos, quizá porque me acompañas tú – afirmé con total sinceridad -. No tiene nada que ver con cómo lo percibí ayer, sobre todo después de lo que me ocurrió. Estaba muy preocupado y asustado.

- Tranquilo. Ahora si tiene que ocurrir algo estaremos juntos. Ya pueden manifestarse los fantasmas.

        Reímos los dos por la ocurrencia. Inmediatamente, seguimos investigando durante un buen rato las cosas del ático. El libro de mi abuelo se encontraba sobre la mesa (¿no lo había dejado tirado sobre el tresillo de mimbre?) y el baúl de hierro forjado se encontraba cerrado, aunque nada impedía su apertura de manera que lo primero que hizo Cris fue abrirlo, apoyando la tapa sobre la pared para que se sujetara.

- Con tu permiso… - comentó cuando ya lo había abierto sin contemplaciones.

- Tú misma – añadí divertido. Continué hojeando el libro, que era lo que más curiosidad me despertaba de todas las cosas que había a mi alrededor. Sin embargo, Cris no tardó ni diez segundos en remover las pocas cosas que había en el baúl, exclamando de pronto mientras extraía algo que estaba al fondo, debajo de una manta raída de lana:


- ¿Qué demonios es esta cosa?

 

(Continuará)


No hay comentarios:

Publicar un comentario