Hicimos una
breve pausa junto al pozo una vez traspasamos la verja del jardín. Cristina no
quería perderse detalle alguno. La extraña sustancia que se me había quedado
pegada a la mano cuando me apoyé en el brocal aún seguía ahí. Le conté lo que
había ocurrido y mostró un vivo interés, acercándose al máximo al pozo hasta
percibir su aroma dulzón y acre.
- Sobre todo no la toques – le advertí -. Yo aún no he
podido librarme de la sensación de haber apoyado la mano sobre ella, a pesar de
las incontables veces que me he lavado la mano.
- Es extraña – comentó como pensando en voz alta sin
dejar de mirarla -. Tiene pinta de ser muy viscosa pero a su vez no tiene un
color definido. Es como transparente. Y ese aroma, como a fruta pasada.
- Si la tocas, el olor se te quedará Dios sabe cuánto
tiempo. Es como el aroma de una mofeta pero dulzón.
Cris giró la
cabeza hasta mirarme directamente a los ojos.
- Exagerado -.
Por si acaso, ni siquiera arrimó su mano para tocarla y se incorporó despacio,
para evitar el dolor de espalda que le produce la escoliosis que padece desde
la infancia -. Si pudiéramos recoger una muestra… Un vecino mío es químico y
trabaja en un laboratorio farmacéutico. Tengo bastante confianza con él y
podríamos pedirle que nos la analizara.
- Es buena idea – asentí -. Pero no veo la manera de
que podamos hacerlo, no tenemos medios.
- De momento, hazle una foto con el tablet o el móvil –
dijo Cris con uno de sus habituales estallidos de entusiasmo -. Se la podríamos
incluso mandar por mensaje o correo electrónico.
Verdaderamente, era una fuente de ideas y en cierto modo le fascinaba
poder ayudar y ser un poco el ombligo del mundo. También me pareció buena opción,
de manera que hice una foto con el móvil y la guardé en la carpeta de archivos de fotos.
- Si quieres luego llamo a mi vecino y le comento que
le vamos a mandar una foto para ver si visualmente nos puede dar alguna pista
de lo que es y algún truco casero para que podamos recoger una muestra sin
contaminarla.
- No puedo hacer otra cosa que estar de acuerdo
contigo, me parece todo fantástico – le dije contagiado por su vivacidad.
Sonrió abiertamente. Continué explicándole que el pozo ya no se utilizaba y que
había sido sellado desde hacía ya mucho tiempo. También le comenté que en la
parte trasera de la casa lo único más interesante era el cobertizo de las
herramientas donde mi abuelo tenía su pequeño taller, de manera que sin más
dilación le conduje hasta la puerta de la casa, introduje la llave en la
cerradura y la giré, cediendo sin dificultad. En ese momento me di cuenta de
que no había reparado en cómo se encontraban las cortinas del salón, un detalle
que el día anterior me había desconcertado y que ahora me pareció una nimiedad.
Cristina me daba cierta seguridad simplemente con su presencia.
Entramos
despacio en el salón, como si no quisiéramos perturbar la extraña quietud de la
casa. Seguramente por el mismo motivo, dije en voz baja:
- Podría enseñarte con detalle todas las habitaciones
pero si te parece eso lo haremos más tarde o incluso si quieres podemos volver
después de Misa - ¿había yo dicho eso de verdad? -. Ahora vamos a subir al piso
de arriba y al ático.
- A eso se llama ir al grano…
Al igual que había hecho el día anterior, subí
la escalera hasta el piso superior mientras Cris me seguía a corta distancia.
Todo estaba tranquilo y en calma. Cruzamos el pasillo hasta llegar a la puerta
del fondo, que ahora estaba cerrada de nuevo si bien yo no recordaba cómo había
quedado después de mi “estampida” de la mañana de ayer; eso sí, pudimos abrirla
sin necesidad de llave alguna. Mi amiga iba muy silenciosa esta vez mientras
subíamos la pequeña escalera de madera, un poco sobrecogida. Tras
penetrar en el ático, no pudo evitar otro de sus evidentes y sonoros gestos de
asombro.
- ¡Ostras! ¡Qué chulo!
El ático
estaba radiante y luminoso, como si estuviera dándonos la bienvenida. Hoy el
día había amanecido más soleado que ayer pero aún así la estancia irradiaba una
luz y un calor mayores de los esperados; la sensación era sumamente agradable.
- Esto es fantástico Juan – me dijo Cris entusiasmada
-. Tienes aquí un sitio increíble para convertirlo en un saloncito de estar, de
juegos o de lectura. Me encanta, de verdad.
- Sí. La verdad es que hoy lo veo con otros ojos, quizá
porque me acompañas tú – afirmé con total sinceridad -. No tiene nada que ver
con cómo lo percibí ayer, sobre todo después de lo que me ocurrió. Estaba muy
preocupado y asustado.
- Tranquilo. Ahora si tiene que ocurrir algo estaremos
juntos. Ya pueden manifestarse los fantasmas.
Reímos los
dos por la ocurrencia. Inmediatamente, seguimos investigando durante un buen
rato las cosas del ático. El libro de mi abuelo se encontraba sobre la mesa
(¿no lo había dejado tirado sobre el tresillo de mimbre?) y el baúl de hierro
forjado se encontraba cerrado, aunque nada impedía su apertura de manera que lo
primero que hizo Cris fue abrirlo, apoyando la tapa sobre la pared para que se
sujetara.
- Con tu permiso… - comentó cuando ya lo había abierto
sin contemplaciones.
- Tú misma – añadí divertido. Continué hojeando el
libro, que era lo que más curiosidad me despertaba de todas las cosas que había
a mi alrededor. Sin embargo, Cris no tardó ni diez segundos en remover las
pocas cosas que había en el baúl, exclamando de pronto mientras extraía algo
que estaba al fondo, debajo de una manta raída de lana:
- ¿Qué demonios es esta cosa?
(Continuará)
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