Pocos
feligreses se encontraban en la Iglesia cuando llegamos, acorde con la escasa
cantidad de gente que había en el pueblo en estos días a pesar de no haber
acabado el verano. Acababan de tañir de nuevo las campanas anunciando que era
inminente que empezara la Misa y nada más llegar pude reconocer a algunas
personas de las que había visto o conocido en esta mi corta y primera (aunque
intensa) estancia oficial. Apenas veinte personas incluyendo al párroco, a un
joven monaguillo, a Cristina y a mí nos reunimos en el interior del templo.
Cris y yo nos quedamos bastante atrás mientras que en las primeras filas pude
distinguir a Celia, al señor Pepe, Félix (el teniente de alcalde) y un pequeño grupo de tres o cuatro ancianas vestidas
de negro y de gris oscuro. El resto lo ocupaban varios lugareños que me sonaba
haber visto de pasada o en el bar, más mujeres que hombres, y algunos
desconocidos. No pude ver entre los congregados al misterioso Ángel ni a varios
de los jugadores de cartas de ayer. Tampoco el dueño del bar parecía ser muy
devoto, aunque era factible que no hubiera podido acudir por no poder desatender
sus obligaciones.