domingo, 16 de junio de 2013

El Ático (Parte 15)

   Pocos feligreses se encontraban en la Iglesia cuando llegamos, acorde con la escasa cantidad de gente que había en el pueblo en estos días a pesar de no haber acabado el verano. Acababan de tañir de nuevo las campanas anunciando que era inminente que empezara la Misa y nada más llegar pude reconocer a algunas personas de las que había visto o conocido en esta mi corta y primera (aunque intensa) estancia oficial. Apenas veinte personas incluyendo al párroco, a un joven monaguillo, a Cristina y a mí nos reunimos en el interior del templo. Cris y yo nos quedamos bastante atrás mientras que en las primeras filas pude distinguir a Celia, al señor Pepe, Félix (el teniente de alcalde) y  un pequeño grupo de tres o cuatro ancianas vestidas de negro y de gris oscuro. El resto lo ocupaban varios lugareños que me sonaba haber visto de pasada o en el bar, más mujeres que hombres, y algunos desconocidos. No pude ver entre los congregados al misterioso Ángel ni a varios de los jugadores de cartas de ayer. Tampoco el dueño del bar parecía ser muy devoto, aunque era factible que no hubiera podido acudir por no poder desatender sus obligaciones.

   Muy poco tiempo después el párroco, un señor de unos setenta y muchos años muy bien conservado, con pelo cano muy repeinado hacia atrás, lentes y unos ojos muy vivos y penetrantes (esto lo descubrí después porque a la distancia a la que me encontraba en ese momento me era imposible distinguirlo), comenzó su homilía.

- La Paz del Señor esté siempre con vosotros.

- Y con tu Espíritu – contestamos todos a la vez.

   Lo cierto es que la parte central del discurso una vez concluidas las letanías, lecturas de Evangelios, etc., es decir, la homilía en sí, me resultó muy entretenida porque don Joaquín (que así se llama el sacerdote) se expresaba de manera muy amena y locuaz. Se notaba que es una persona muy experimentada a lo largo de muchos años de profesión. En su charla no se limitó sólo a interpretar las lecturas de las Sagradas Escrituras sino que además hizo un buen resumen de la actualidad local, incluyendo el reciente suceso de la pareja desaparecida:

- … A los que Dios ayude y que pronto vuelvan a estar con nosotros …

   O un guiño a los “nuevos vecinos”:

-… A los que veamos muchos domingos y fiestas de guardar en esta la casa del Señor – y lo dijo mirando hacia donde estábamos nosotros, con una sonrisa muy franca en los labios.

   Una vez concluida la Misa nos dispusimos a salir ordenadamente como suele ser en estos casos. La mayor parte de los vecinos se marcharon despacio hacia sus casas o al bar, sin quitarnos los ojos de encima durante un buen rato. Algunos nos sonreían o saludaban con la cabeza sin decir una palabra; otros pasaban de largo como si huyeran de un incendio. Tal y como esperaba, Félix vino directamente hacia nosotros mientras charlábamos con Celia. Iba seguido muy de cerca por don Joaquín.

- … Es terrible. La policía no tiene ninguna pista – Estaba diciendo Celia cuando nos abordó el teniente de alcalde, que educadamente se mantuvo en un segundo plano.

- También llevan poco tiempo buscando, mujer – dijo Cristina quitando hierro al asunto.

- Sí pero es tan raro… - siguió apuntando la hostelera -. La Guardia Civil tiene cursada orden de desaparición y están intentando localizar a sus familiares. Esta mañana los guardias vinieron al Hostal justo después de marcharse ustedes – había vuelto al trato formal –. Pidieron entrar en la habitación que tenía la pareja. Aún había utensilios de baño y ropa, libros, revistas... Está claro que no ha sido una “espantada”; ha debido pasarles algo terrible.

   Casi se le escapaban las lágrimas. La forma de contarlo hizo que se nos encogiera el corazón; no sabíamos qué decir, estaba realmente desconsolada. En aquel momento reparó en que Félix y don Joaquín se encontraban a nuestra altura escuchando, con semblante serio.

- Ay, perdone don Félix. Y usted también, don Joaquín – dijo Celia un poco azorada.

- Nada, no te preocupes, hija – expresó don Joaquín con su habitual tono afable, mientras Félix la cogía suavemente por el brazo a modo de consuelo -. Tiene que ser terrible. Ojalá los encuentren pronto sanos y salvos, rogaremos al Señor.

- Este es nuestro nuevo vecino, Padre Joaquín – dijo Félix con su voz de mando peculiar, como si fuera a añadir “y no puede negarse” -. A la señorita no la conozco – añadió a continuación; me pareció que el tono ahora era más pícaro.

- Es Cristina. Somos amigos desde hace mucho tiempo – expliqué un poco como justificándome. Hice las presentaciones oportunas y seguimos charlando durante un rato, mientras la plaza de la Iglesia iba quedándose vacía.

   El párroco nos explicó que estaba adscrito a la mancomunidad que englobaba numerosos pequeños pueblos de la comarca y que aunque residía en la capital pasaba todo su tiempo viajando para administrar los sacramentos y celebrar Misas y Oficios.

- Me alegra tener paisanos nuevos, este pueblo lo necesita – terminó comentando el sacerdote tras un rato de charla.

- No tengo seguro venir a vivir aquí definitivamente, Padre – contesté al hilo de su comentario -. Aún tengo que adaptarme a mi nueva propiedad y soy más bien hombre de ciudad. Mi trabajo y el resto de la familia están allí, aunque había pensado que si las cosas va bien podría montar una casa rural o algo parecido.

- ¿Adaptarte? – Dijo el párroco -. Qué curioso, tener que acostumbrarte cuando en realidad naciste aquí.

- ¿Perdón? – Medio exclamé  agachando la cabeza hasta tocar casi la suya.

- ¿Eres el nieto de Luis y Valeria? ¿El hijo de Juan Carlos y Beatriz? – preguntó con el tono del que sabe la respuesta antes de hacer la pregunta.

- Sí.

- Pues tú naciste aquí, en este pueblo, en la casa de tus abuelos – afirmó el sacerdote con total seguridad. Celia, Cristina y Félix se volvieron casi a la vez para mirarme.

- Creo que se equivoca, Padre.

- Creo que no – continuó el párroco de manera casi jocosa -. Vamos, si fui yo el que te bautizó…







En la actualidad.

   Las luces de la Calle Mayor parpadeaban. Se trataba de una noche cálida y húmeda, bien entrada la madrugada. El turno de limpieza acababa de empezar su ronda habitual después de unas horas de botellón improvisado. Ramón empujaba el carro con el cubo, las bolsas y otros utensilios con pereza, ciertamente desganado. Nunca le había gustado el turno de noche, y menos desde que unos desaprensivos quisieron atracarlo saltando sobre él como buitres desde una esquina; menos mal que también rondaba la Guardia Civil y milagrosamente se encontraban muy cerca. Comenzó a barrer de forma rítmica y acompasada, como en tantas ocasiones hacía; pero a diferencia de otras veces, no llevaba puestos los auriculares ni escuchaba Onda Cero. Simplemente pensaba en los acontecimientos del día, que habían sido agradables. Sí, realmente había tenido un buen día.

   De pronto, lo oyó. Un tenue gemido, como el maullido de un gato, salía del interior de un cubo de basura cercano. Sintió compasión por el pobre bicho.

- Te has quedado atrapado, ¿eh?

   Dejó la escoba apoyada en el carro y abrió la tapa del gran cubo con mucha precaución; temía que el animal allí atrapado pudiera saltarle encima. Sin embargo, no fue el caso. Volvió a escuchar el maullido, esta vez con mayor claridad. Al fondo del contenedor comprobó que algo se movía. Alguien o algo vivo, muy pequeño, se encontraba envuelto en una prenda de vestir de algodón y de un color verde bastante pálido. Desenvolvió lentamente la prenda y quedó atónito al descubrir la menuda figura de un bebé que se removía inquieto. Tuvo la tentación de dejarlo donde estaba y acudir a buscar ayuda, pero temió por la seguridad del niño y lo cogió en brazos, arropándolo nuevamente con la misma tela con la que estaba envuelto. El bebé “maulló” de nuevo; le pareció que tenía hambre. Descubrió un poco la parte de la prenda que le tapaba la carita y lo miró a la luz de las farolas. Era un niño muy extraño, de muy pocos días de vida y con la cabeza muy pequeña, parecía un poco deformado. Siguió examinándolo con mucho cuidado y descubrió que en realidad se trataba de una niña.

- Pobre criatura – murmuró Ramón para sus adentros - ¿Qué miserable te habrá dejado ahí tirada?

   Dejó los útiles de trabajo junto al punto de recogida de basuras y no perdió un minuto en llevar a la niña a la Comisaría. El sargento de guardia le conocía.

- Buenas noches, Ramón. ¿Qué nos traes aquí?

   Una hora más tarde, el buen hombre continuaba su trabajo con todos sus pensamientos puestos en aquella pequeña, que había sido trasladada al Hospital para su reconocimiento y con total seguridad para su atención por parte de los servicios sociales. Ya le gustaría a Ramón saber qué desalmado había abandonado a una pequeña e indefensa criatura de aquella manera tan miserable. Pensó también que había tenido mucha suerte de que él pasara por aquel punto limpio cada noche, desde hacía casi diez años. Tuvo por un segundo la idea absurda de que en realidad alguien había dejado allí al bebé para que él lo encontrara, asegurándose así de que la pequeña iba a sobrevivir; una especie de “regalo” para él y su esposa, ya que nunca habían podido tener hijos.

- Por Dios, Ramón – se dijo a sí mismo -.

   Y aunque era absurdo, tomó la determinación de acudir al día siguiente en persona al Hospital para saber qué había sido de la pequeña y en el futuro, si nadie la reclamaba y se lo permitían…


   Sacó los auriculares del bolsillo de su chaqueta de uniforme y se puso a escuchar la radio, mientras comenzaba a clarear.

(Continuará).

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