Mi abuela era muy
aficionada a las labores del hogar y a las manualidades decorativas. Le gustaba
sobre todo pasar las tardes de invierno haciendo punto junto a su brasero, allá
por los años 70. Entre sus “especialidades” estaba la de tejer para todos sus nietos unos calcetines de lana muy calentitos para dormir, que iba renovando a medida que se
nos iban quedando pequeños mientras crecíamos. A veces, utilizaba lanas tan bonitas y de tan
vivos colores que daba pena que sus peculiares calcetines sólo sirvieran para ir a la cama. Mi madre, ingeniosa donde las haya y acostumbrada a sacar partido de
todo lo que pasaba por sus manos, ideó un pequeño truco doméstico. Compraba
coderas de tela que combinaran bien con los calcetines de lana y cuidadosamente
los cosía o pegaba en la planta para hacer una suela. De esta forma, nuestros
caseros calcetines también servían para andar por casa y estar más cómodos y
calentitos. Acabó así con la costumbre
de mis hermanos y mía de lanzar por el aire las zapatillas tradicionales para
acabar andando descalzos por la casa.