viernes, 8 de marzo de 2013

El Ático (Parte 1)

      Siempre quise cambiar mi vida. Llevaba quince años trabajando en el mismo banco, día tras día, frente al público tras un ventanuco de mala muerte. A esta sucursal de pequeña capital de provincia no habían llegado aún los avances técnicos de la central ni esos espacios amplios perfectamente climatizados donde además de trabajar se disfruta, tanto de la música de fondo como de la máquina del café. Sabía que de alguna manera, algún día, se iba a romper la monotonía de los días.



    Me veía incapaz de pasar mucho más tiempo allí, luchando contra los objetivos y las directrices de mis superiores y granjeándome la antipatía de mis vecinos, alcanzando unas cotas de impopularidad que quizá sólo superarían los árbitros de fútbol o los inspectores de Hacienda. Sin embargo, aunque ingrato y aburrido, era trabajo fijo y me mantenía en él, lógicamente, como un eslabón más de la cadena social. 


    Ese día que cambió mi vida llegó como suele ocurrir, cuando menos lo esperaba. Fue el día en que un hombre delgado y no demasiado alto, con un finísimo bigote y muy bien vestido con traje azul marino y corbata se presentó en la sucursal sin intención de realizar gestión bancaria alguna. Pertenecía al despacho notarial más célebre de la ciudad y quería verme simplemente para hacerme entrega oficial de una escritura, la de una casa en el pueblo donde de niño solía pasar algún que otro verano, la casa de mi abuela Valeria. Tuve la boca abierta y los ojos como platos mientras leía la nota aclaratoria durante tanto tiempo que el hombre del traje azul carraspeó y se movió incómodo en su asiento para llamar mi atención. 

- ¿Se encuentra bien? - Me preguntó de manera retórica, más por mera educación que por preocupación. 

- Sí, sí - respondí. - Es que me ha sorprendido heredar la casa del pueblo de mi abuela materna. Si ni siquiera soy su nieto más allegado...

- Eso ya no podremos preguntárselo - dijo el hombre lacónicamente -. Como bien sabe falleció hace ya dos años pero hemos tenido problemas con la escritura de la casa porque estaba a nombre de su abuelo, el marido de la señora Valeria, quien falleció sin testar y además existían dudas acerca de los bienes gananciales. Afortunadamente su abuela dejó las cosas bastante mejor atadas y en su legado es usted el heredero de la casa, sin más aclaración o condición.

    Tenía vagos recuerdos de aquella casa; hacía años que no había vuelto a ella por circunstancias de la vida. Era la típica casona de pueblo frío del norte, de chimenea y muros de piedra con ventanas y puertas de madera gruesa, creo recordar que la más alejada de la minúscula zona habitada, casi lindando con el bosque de pinos. Cuando la abuela Valeria enfermó, Ana, su hija mayor y hermana de mi madre, se la llevó a casa para poderla cuidar mejor de manera que la casa del pueblo quedó cerrada durante cinco años salvo en aquellos días en los que alguien de la familia acudía a comprobar que lo poco que había en la casa estaba bien y más o menos en buen estado. Mis padres fueron en varias ocasiones; la última vez fue el verano pasado pero yo no fui con ellos, tenia un viaje pendiente.

    Aunque no somos una familia muy numerosa, el hecho de que de todos sus miembros (mis padres, mis tíos y tres primos, sin contarme a mí) fuera yo el que heredara la casa primero me llenó de extrañeza y después de una gran curiosidad. Dado que era la primera notificación que se hacía tampoco me había dado tiempo a calibrar las consecuencias de que yo fuera el único heredero en el entorno familiar pero a priori se trataba de una vieja casona en un pueblo prácticamente olvidado con no más de cincuenta habitantes fijos y el doble como mucho en verano por la cual nadie había mostrado especial interés.

    El hecho es que decidí tomarme los días libres que me debían y adelantar las vacaciones para ordenar las ideas; pretendía sobre todo redescubrir la antigua casona y conocer sus posibilidades. Quizá fuera el detonante del cambio que ansiaba. 

   Así comenzó mi gran aventura y así empezaron también los extraños acontecimientos que les voy a contar, en los cuales me encuentro inmerso y confuso. Comencé a escribir un diario, que a continuación les transcribo...



(Continuará)

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