La doctora Susana Fernández terminó de
examinar a la pequeña durante la mañana y contactó con los servicios sociales
del Hospital a continuación. Se puso al habla con la principal responsable del
servicio.
- ¿Lola del
Río por favor?
- Sí, soy yo -
respondió la voz al otro lado del teléfono.
- Hola, buenos
días. Soy Susana Fernández, de Neonatología.
- Ah, hola.
¿Cómo estás? – La voz era la de una joven vital y dinámica, algo imprescindible
en un entorno con tantos problemas y desgracias. Imprimía un tono de optimismo
-. Supongo que me llamas por lo de la niña abandonada.
- Exacto.
¿Tenéis alguna noticia nueva?
- No estoy tan
segura de que fuera así, cuando te explique lo que tengo que decirte -. La voz
de la doctora Fernández era ahora más grave.
- Hemos estado
realizando pruebas junto con Medicina Interna y me temo que no hay buenas
noticias. La niña tiene una deficiencia genética en el cromosoma 5. Me extrañó
que a pesar de ser una recién nacida fuera tan excesivamente pequeña y además
con esa inclinación de los ojos y ese llanto…
- Como un gato
– puntualizó Lola al otro lado de la línea -. El hombre dice que al principio
creía que se trataba de un gato encerrado en un cubo de la basura.
- Exacto –
confirmó la neonatóloga -. La deficiencia se llama también “Síndrome del
maullido de gato” porque los bebés emiten un llanto muy agudo y muy similar a
ese ruido.
- Mala cosa –
dijo la asistente social.
- Así es. Se
asocia muy frecuentemente a discapacidad intelectual y problemas físicos.
- ¿Y la
expectativa de vida?
- En torno a
los cincuenta años. La calidad de vida puede ser más o menos aceptable pero los
adultos desarrollan con frecuencia afecciones respiratorias y cardiológicas –
contestó la doctora con cierta pesadumbre.
Se hizo un momento de silencio mientras Lola
asimilaba la información que le daba su colega del Hospital.
- Así que por
eso la abandonaron. Qué alimañas.
- Aún
desconocemos las circunstancias y los motivos, no juzgues antes de tiempo.
- No puedo
evitarlo – contestó Lola afligida -. Cuando pienso cómo se la encontró ese
pobre hombre, casi por casualidad…
- Será muy
difícil pero podríamos intentar localizar a los padres si han estado sometidos
a consejo genético. Puedo intentar consultar con las bases de datos del
Hospital, aunque a veces se trata de un “accidente” en la fecundación y los
padres no presentan la deficiencia. Procuraré averiguar algo.
- Si se les
localiza se les caerá el pelo.
- Qué menos.
Unos minutos después terminaban la charla,
con la promesa de hacer todo lo posible por encontrar un hogar y un futuro a la
pequeña, que desde la cuna de observación miraba al vacío con sus diminutos
ojillos. La doctora se acercó a ella y la acarició con extremada suavidad.
- Pequeña
gatita. ¿Qué vamos a hacer contigo?
Un apunte del pasado cercano.
Ángel acababa
de terminar su trabajo en el campo de cereales una tarde de agosto, poco antes
del anochecer. Estaba cansado no tanto por el trabajo en sí como por sus problemas de
salud y el médico le había aconsejado que dejara de trabajar tan duro porque su
hígado no se lo iba a perdonar. Es más; a sus 67 años hacía ya tiempo que
debería haber solicitado la jubilación. Sin embargo, las labores del campo eran
más un hobby que un trabajo para él y en ellas encontraba un alivio a sus
problemas; siempre había sido así. Se distraía y hablaba lo justo con sus
paisanos, a los que generalmente aborrecía salvo honrosas excepciones.
Vio a poca distancia a Jaime el pastor, quien le
hizo un saludo con la mano al que respondió sin demasiado interés. Había decidido
ir a tomar algo al bar antes de cenar, otro refresco como últimamente hacía
para no empeorar más su dolencia. De pronto vio llegar a Félix caminando hacia
él. Qué mala suerte. De todos sus paisanos era al que más detestaba. Aunque lo
intentó, ya no pudo esquivarlo y en pocos segundos se encontraba a su altura.
Como siempre, el primer comentario del teniente de alcalde fue de lo más
desagradable.
- ¿Qué, Ángel? –dijo de manera socarrona -. ¿Ya vas
rumbo al bar? Pues a ver si ahorras, que debes los impuestos que pasamos en
junio.
- ¿Y a ti qué cojones te importa? Iré donde me dé la
gana.
- A mí no me importa que te destroces la salud y la
vida, como si te pegas un tiro – respondió Félix con dureza -. Lo que quiero es
que pagues los impuestos. El dinero del Ayuntamiento para dar servicio a la
gente sí que me importa.
- Dirás el dinero que os embolsáis… - contestó Ángel
intentando herirlo donde más le dolía.
- Hijo de…
La llegada de
Jaime a la altura de los dos hombres detuvo lo que podía haber sido una pelea
en toda regla. Félix ya había comenzado a lanzar el puño.
- ¿Qué os pasa? – dijo Jaime con su habitual tono noble
y bonachón -. Venga, dejadlo ya. Siempre estáis igual, joder.
Félix no
contestó. Dio media vuelta sobre sus pasos y se fue ofendido hacia su casa, sin
pronunciar una palabra. Ángel se quedó un rato en el mismo lugar mientras Jaime
el pastor le sermoneaba, con buena intención.
- No puedes echarte a ese como enemigo, Ángel. Tienes
que controlarte.
- Ha empezado él, hostias – respondió con acritud,
agrediendo con las palabras.
- Ya, eso dices siempre pero el caso es que te metes en
pelea con todo el mundo cada dos por tres. Y todo el mundo no puede estar
equivocado, macho.
- Vete con tus ovejas y a mí déjame en paz.
- Bah, venga – añadió Jaime intentando cambiar el tono
a la conversación – Te invito al bar a tomar algo – dijo mientras sujetaba con
sus manos los brazos de Ángel y los estrechaba en señal de amistad.
- Se me han quitado las ganas, me voy a casa.
Hizo un
aspaviento con los brazos para zafarse de las manos del pastor y lo dejó plantado
en medio del camino, doblando en la siguiente curva hacia su casa. Ni siquiera
miró atrás. Jaime no le importaba lo más mínimo, nunca había sido su amigo y
nunca lo sería. De hecho, no era amigo de nadie.
Había ya
prácticamente anochecido cuando pasó por delante de la casa de sus antiguos
vecinos, Valeria y Luis. Aunque no estaba totalmente abandonada puesto que la
familia iba de vez en cuando a echar un vistazo, se notaba que la vida
cotidiana había desaparecido de la casona desde hacía mucho tiempo. Ángel se
detuvo un momento a cierta distancia observándola con ansiedad; no podía
evitarlo, lo hacía cada vez que pasaba por allí. Y nuevamente comenzó a
rodearla, casi con respeto y cierto temor. Atribuía a aquella casa y a aquellas
gentes la causa de sus desgracias, aunque no sabía decir por qué. Su madre, su
tía abuela… La casa ahora abandonada…
¿Abandonada?
Entonces, ¿por qué
estaba encendida la luz del ático?
No tenía idea de que hubiera alguien de la
familia en estos días. Los últimos habían estado no hacía mucho, en el mes de
julio. Realmente la luz no era más que un brillo tenue, ligeramente azulado,
que resplandecía en la noche. En un instante, el brillo desapareció y a Ángel
le pareció que la noche de pronto se había hecho más oscura de lo normal.
Permaneció oculto en la oscuridad sin saber muy bien por qué o a qué estaba
esperando. Y súbitamente lo vio. Una masa informe y enorme, como la de un gran
animal, giró por una de las esquinas de la casa. No pudo averiguar su
procedencia, pero bien podía haber salido por la puerta principal. Estaba
completamente paralizado por el miedo. El animal no tenía unas extremidades
definidas, gruñía ligeramente y se movía con mucha lentitud, merodeando por la
cabaña de herramientas y el jardín. Luego lo vio desplazarse de nuevo hacia la
parte delantera de la casa y el pozo, para finalmente salir por la verja. Ángel
estuvo tentado de gritar y correr hacia el ser, algo totalmente arriesgado,
pero ni siquiera tuvo opción puesto que seguía paralizado por el miedo.
De
pronto el animal, si es que lo era, se detuvo al pasar la verja justo antes
de internarse en el bosque. Ángel sintió un terrible escalofrío en la espina
dorsal al observar cómo el ser se giraba justo hacia donde él se encontraba.
Sintió una mirada penetrante procedente de una especie de aperturas oculares
mal definidas pero que poseían un brillo extraordinario, se diría que con una
chispa de inteligencia.
- ¿Qué quieres de mí…? – dijo Ángel sin abrir la boca,
únicamente con el pensamiento. Y directamente en su mente oyó algo, un susurro,
una voz, una fisura en su cerebro…
- Tu fin está cerca. Y no se puede hacer nada para
evitarlo.
Y súbitamente, tal y como había aparecido, el extraño ser desapareció en el bosque.
(Continuará).
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