En la actualidad.
- Me alegro de que haya
llegado tan puntual, señor Andrés – dijo el doctor Gancedo -. Hoy necesitaba
explicarle algo con mayor detenimiento.
Juan se removió un poco inquieto en el
confortable butacón de cuero mullido que el psiquiatra tenía dispuesto para sus
pacientes justo frente al escritorio de caoba y desde el cual escrutaba con sus
finas gafas.
- ¿De qué se trata
doctor? Si es algo relacionado con un nuevo aumento de la dosis de medicación…
- No, no es eso. Se trata
de los últimos análisis que le hemos practicado.
El especialista sacó de una carpeta varios
folios escritos a ordenador con los resultados de un estudio genético muy
específico y en cuyas cabeceras figuraban los nombres de Juan y de sus padres,
un paciente en cada hoja.
- Como recordará, en los
análisis de sangre rutinarios que le realizamos apareció una alteración en la
creatinina que achacamos a un posible problema renal. Le solicitamos una
ecografía que mostró varios quistes en racimo en ambos riñones y alguno aislado
en el hígado por lo cual le comenté que podía tratarse de una enfermedad
genética llamada Poliquistosis renal.
Hizo una pausa que a Juan se le antojó un
poco teatral. Aunque jamás le habían dicho que padeciera esa enfermedad, no
entendía a qué venía tanto suspense por parte del psiquiatra.
- Bien. Pues al realizar
el estudio a sus padres hemos comprobado que no tienen síntoma alguno de esta
patología, si bien esto no tiene especial relevancia porque podrían ser
portadores del gen defectuoso pero no presentar la enfermedad. Sin embargo… -
alargó la mano para acercar los resultados del estudio al sorprendido Juan, que
a estas alturas ignoraba a qué conclusión quería llegar el especialista - … en
el estudio genético que les hemos realizado a los tres se demuestra claramente
que ninguno de sus padres es portador de la anomalía en los posibles cromosomas
implicados, de manera que es imposible que haya heredado la patología de
cualquiera de ellos.
- O sea… Que no soy hijo
de los que se supone son mis padres…
- O eso o es que en su
caso ha existido una mutación, una rara coincidencia, algún factor externo que
haya modificado su estructura genética en algún punto.
Juan se mantuvo pensativo durante unos
segundos para después añadir:
- ¿Cómo cuál?
El doctor se reclinó en su asiento.
- Un factor ambiental,
una radiación por ejemplo.
- ¿Algo ambiental? -
Juan no salía de su asombro. Hace un tiempo las dos opciones le hubieran
parecido un disparate, pero últimamente según las experiencias que había vivido
ambas eran posibles. El especialista se ajustó las gafas por la montura y
volvió a consultar sus notas.
- El hecho no tiene
mayor importancia de cara al pronóstico de la enfermedad, que deberá consultar
con su médico habitual. - Hizo una breve pausa para continuar tras ver la cara
de preocupación de su paciente -. No debe preocuparse señor Andrés, es una
enfermedad bastante controlable. Lo extraño proviene de los hechos que le acabo
de explicar.
- ¿Cuál cree usted que
es la causa más frecuente? - Preguntó Juan con un hilo de voz. El doctor
Gancedo se reincorporó ligeramente en su sillón ejecutivo.
- La lógica nos inclina
a pensar en la falta de relación genética como causa más probable pero
realmente también es posible la existencia de un factor externo. ¿Recuerda
haber estado expuesto a alguna sustancia o radiación? Lo más probable es que no
sea reciente o que incluso se trate de algo intraútero, algo que afectara a su
madre.
- Es... posible.
El psiquiatra lo miró pensativo.
- ¿Cree que tiene algo
que ver con sus pesadillas?
- También es posible.
Poco a poco Juan le fue contando al
especialista con mayor detalle parte de las experiencias vividas en el pueblo,
donde todo había comenzado. El psiquiatra fue tomando notas mientras escuchaba
su relato con gran interés. Apariciones, desapariciones, voces que se
introducían en su pensamiento día y noche, extraños acontecimientos... Se
pasaron ampliamente de la hora semanal que habían pactado en cada sesión.
- Supongo que se dará
cuenta ... - comenzó a decir el doctor - ... de que esto abre nuevas
expectativas y líneas de estudio. Hasta ahora habíamos achacado sus problemas a
una mera alteración de su mente fruto de una obsesión y complejo de culpa.
Juan se mostró esperanzado.
- ¿Cree que hay una
pizca de realidad en todo lo que me esta sucediendo, doctor?
El médico esbozó una leve sonrisa. Miró
directamente a los ojos de Juan y lanzó su diagnóstico demoledor:
- Lo que creo es que
usted padece una esquizofrenia.
Cuando abrí los ojos me encontraba en el bosque tumbado en un claro sobre el lado derecho del cuerpo, en posición fetal. Sentía frío y la tierra dura raspándome la cara, el antebrazo y la mano. Algo me presionaba el costado desde el pantalón a la altura del bolsillo. Moví ligeramente los dedos de las manos y los pies para comprobar con cierto alivio que no tenía una lesión grave de espalda, puesto que la sensación que me invadió después del encuentro con el extraño ser era la de haber caído desde una considerable altura. Poco a poco iba recuperando mis pensamientos y recordando los momentos previos: el sótano, el ser, la pequeña esfera plateada sobre lo que parecía ser su mano, el ambiente ciertamente cálido con el aire impregnado de un aroma dulzón y tonos púrpura y plateados a mi alrededor, la evidencia de que algo tiraba de mí y me lanzaba a través de un abismo mientras perdía la conciencia... Tenía la sensación de que había vuelto a nacer.
Muy lentamente me
fui incorporando hasta quedar en posición de sentado con la pierna izquierda
estirada. Miré el reloj de manera instintiva, eran las diez y media de la noche
pero ignoraba de qué día. Sentía frío y nuevamente volví a arrepentirme de no
haber vuelto al hostal a por algo de ropa de abrigo cuando pude, antes de
atravesar la verja de casa. Un momento después me encontraba ya de pie
comprobando que las piernas respondían y me sujetaban, sacudiéndome la tierra,
pequeñas ramitas y hojas que se habían quedado adheridas a mi cuerpo y a la
ropa. Afortunadamente, el claro de bosque en el que me encontraba no estaba muy
intrincado y cuando di unos pocos pasos y miré alrededor pude distinguir a poca
distancia las sombras de la parte trasera de la casona, con el cobertizo de
herramientas prácticamente adosado desde mi perspectiva.
Todo estaba a
oscuras, incluido el ático, aunque no recordaba si había dejado la luz
encendida al escuchar el ruido en el sótano; mis pensamientos aún no eran lo
suficientemente claros. De pronto recordé que me había guardado la esfera
dorada en el bolsillo derecho del pantalón, justo en el lado sobre el que había
"aterrizado". Metí la mano en el bolsillo y tanteé su estructura y
consistencia, allí seguía como si nada hubiera pasado. Esta vez no había vuelto
al ático por sí misma, me acompañaba permanentemente y eso me permitió darme
cuenta de que me pertenecía, era mía por derecho propio pero ¿con qué sentido y
finalidad?
Comencé a deambular
hacia la casona pero pasé de largo y me dirigí directamente al hostal. No
estaba dispuesto a volver a casa, a mi propia casa, después de lo ocurrido. Es
más: decidí no volver nunca.
Pude ver en el reloj
del ayuntamiento, tenuemente iluminado, que la hora coincidía con la que
marcaba el mío. No había nadie en las calles del pueblo. Pronto distinguí las
luces del hostal y caminé hacia ellas con la rapidez con la que me permitían
las fuerzas. Llamé al timbre y pocos segundos después Celia apareció en el
dintel.
- ¡Juan! No le esperaba a estas horas. Creí que se había
quedado en su casa esta noche. ¿Qué le ha ocurrido? Tiene una pinta
espantosa...
Al menos su
comentario me alivió, porque al parecer el día era el mismo, domingo. Tomé aire
y respondí como en un suspiro:
- Ni yo mismo lo sé, Celia.
- Pase, pase, le voy a preparar un caldito.
- No te quiero molestar - añadí en un susurro.
- No es ninguna molestia. Si quiere puede subir un momento a
la habitación. O si lo prefiere le puedo llevar allí el caldito y algo más para
picar.
Asentí y se lo
agradecí profundamente. Sólo tenía ganas de refugiarme en la intimidad de mi
cuarto, tomar algo ligero y darme un baño. Subí la escalera como un zombi.
Celia volvió a dirigirse a mí desde la recepción:
- Enseguida se lo subo.
La dueña del hostal
volvió a sonrojarse como era habitual, acentuando más si cabe sus chapetas
malares.
- Perdona. Es la costumbre. Se me olvida.
- Tranquila. Como te sientas más cómoda -. Seguí mi camino
hacia la habitación arrastrando los pies. Entré en ella y me tumbé directamente
en la cama vestido tal y como estaba. Notaba una ligera irritación en la
garganta, fruto de la intemperie, así como una obstrucción con picor nasal y un
leve dolor de cabeza. Procuré no dormirme, tenía miedo de volver a soñar y de que
se repitieran las pesadillas.
Al cabo de un rato,
Celia llamó suavemente a la puerta de la habitación y se presentó con una
bandeja que contenía una taza de caldo, un trozo de pan, una pequeña botella de
agua fresca y varios embutidos en rodajas.
- Gracias. ¿Alguna novedad? - Pregunté mientras le aligeraba la carga.
- Nada que no pueda esperar a mañana - contestó amablemente
la hostelera -. Ahora necesita descansar. Buenas noches.
- Buenas noches Celia. Hasta mañana.
Cerré la puerta
suavemente y me quedé en el cuarto a solas. Me tomé el caldo y piqué algo del
embutido que me había traído mi nueva amiga, sintiéndome reconfortado y
sensiblemente mejor. Me di a continuación un buen baño prolongado y me puse el
pijama. Sin embargo, el sueño había desaparecido. No me sentía cansado en
absoluto y decidí continuar escribiendo mi diario antes de que se me olvidaran
los detalles vividos, mientras observaba la esfera que había depositado sobre
la mesilla de noche y que se mantenía inmóvil, como en reposo.
Empecé a escribir. "Una
noche más en la soledad de la habitación del hostal escribo mi diario narrando
los hechos sucedidos durante el día en este domingo 9 de septiembre..."
(Continuará).
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