El alcalde del
pueblo, Ramón Lobato, era una persona campechana, afable y atenta, muy alejado
en cuanto al carácter del histrionismo y de los aspavientos de Félix, el
teniente de alcalde. No dudó un minuto en recibirme cuando me presenté en el
Ayuntamiento a primera hora de la mañana después de una noche de mal descanso y
a pesar de lo apretado de su agenda.