La revelación del Padre Joaquín me había causado una
gran impresión. Era la primera noticia que tenía de que mi nacimiento se había
producido en el pueblo y más concretamente en casa de mis abuelos maternos. Mi
primer impulso fue llamar a mi madre para que me lo aclarara en el momento e
incluso hice ademán de sacar del bolsillo el teléfono móvil para hacerlo pero
Cristina vio la jugada y me retuvo la mano. Sin duda, no era el momento
apropiado.
- ¿Acaso no lo sabías? - Continuó diciendo el párroco
-. Espero no haber metido la pata...
- No Padre, no se preocupe - añadí tras un momento de
incertidumbre -. No tiene mayor importancia, es simplemente que no es lo que
siempre había creído. E ignoro por qué se me ocultó la verdad.
Félix hizo un
breve gesto asintiendo con la cabeza y añadió después con suma amabilidad:
- En cualquier caso, bienvenido a este tu pueblo. En lo
que podamos ayudarte, estaremos encantados.
- Debo marchar ahora - dijo el sacerdote inmediatamente
a continuación -. Me esperan en otro pueblo.
- Sí Padre, muchas gracias por su tiempo - agradeció
Félix.
- Será un placer charlar contigo en otro momento -
afirmó el sacerdote dirigiéndose de nuevo a mí, muy campechano, mientras me
entregaba una pequeña estampa religiosa con un nombre y un teléfono anotado a
mano al reverso -. Yo conocía bien a tus abuelos. Aquí tienes mi teléfono por
sí alguna vez quieres que hablemos. O si no aquí estaré el próximo domingo.
- De momento sólo me quedaré aquí hasta mañana, Padre -
le dije tomando la estampilla con agradecimiento -. Pero cuando pueda volver
tenga la seguridad de que estaré en sus homilías.
- Vaya, lo tomo como un halago – dijo sonriendo. Hizo
un gesto a modo de bendición para los presentes y se dirigió hacia su coche
mientras el joven monaguillo salía de la Iglesia, supongo que tras haber dejado
todo en orden. Llevaba una mochila a la espalda y nos hizo un gesto de saludo
con la mano mientras se subía al asiento del conductor.
- Ese es Jaime – explicó Félix aunque nadie había
preguntado -. Un buen chico. Es sobrino de don Joaquín e hijo del pastor del
pueblo, que también se llama Jaime. Jaime es hermano de don Joaquín. Uno
pastorea almas y el otro rebaños – no pudo resistirse al chistecillo -. Debe
ser cosa de familia. Bueno – continuó, cambiando de tercio -. ¿Hace una
cervecita?
- No Félix, gracias – repuse al instante -. Creo que
mejor será que volvamos al Hostal. Antes de comer quiero hacer algunas
gestiones, ¿te parece, Cristina?
- De acuerdo – respondió ésta -. Me hubiera gustado
charlar un rato con algún vecino, pero se ha marchado todo el mundo como si se
les quemaran las lentejas… Hasta el cura tenía prisa.
- Don Joaquín es un hombre muy atareado – excusó Celia
-. Pero siempre tiene tiempo para todo el que se dirige a él. No se imaginan
con qué cariño atendía a mi madre en sus últimos días. Él mismo fue el que le
dio la Extrema Unción.
- La señora Remedios… - dijo Félix con la mirada
perdida y cierta nostalgia.
- Bueno – interrumpí con un ligero tono de ansiedad que
no pretendía -. Si os parece, me vuelvo al Hostal. ¿Te vienes, Cris?
- Voy. Después de comer ya confraternizaremos con los
del pueblo.
Nos despedimos
cordialmente. Félix se marchó hacia el bar. Pude ver cómo el señor Pepe se le
unía poco después, lo estaba aguardando en la esquina de la Plaza y en ningún
momento se había arrimado a nuestro pequeño grupo. Celia decidió volver también
al Hostal con nosotros. Para acudir a Misa había cerrado el establecimiento,
dejando una nota en la puerta con un número de móvil.
- No es que espere a mucha gente hoy – explicó sin que
se lo pidiéramos -. Es por si vienen los guardias y necesitan algo más -.
Estaba claro que el tema de los chicos perdidos no se le iba de la cabeza. Con
la confianza del trato de estos pocos días, me atreví a ser un poco más
indiscreto con ella.
- ¿Nadie más te ayuda con el Hostal, Celia? ¿Estás
casada?
- Estoy sola, pero me apaño bien – dijo con
naturalidad, aunque como de costumbre no fue muy elocuente; al menos nunca lo
era con los temas que no le interesaban -. Voy a preparar algo de comida. Hay
guiso con boletus, si os gusta.
- ¡A mí me encantan! – Exclamó Cristina.
- Y a mí – corroboré.
- De acuerdo entonces. Máximo en una hora ya estará
todo listo.
Nos quedamos
en el saloncito de estar del Hostal, sentados en un tresillo haciendo L con una
mesita de madera entre ambos rematada con una lamparilla de forja. En esta
ocasión Cristina no me detuvo cuando saqué el móvil del bolsillo.
- Estás deseando llamar ¿eh?
- Pues sí. Para qué te lo voy a negar…
Ayer sábado 8
de septiembre, en otro lugar.
- ¿Podemos
parar un momento? – dijo Sandra jadeando -. Parece que ya no se oye nada.
José Javier también estaba cansado. Se sentó
sobre una raíz que sobresalía en el suelo y cogió varias bocanadas de aire.
- Debieron
avisarnos de que en la zona había jabalíes.
Sandra continuaba agitada pero ya se
encontraba mejor.
- ¿Pero tú lo
has visto?
- Para nada.
He visto los matorrales moverse y luego el gruñido.
- Y me saltas:
¡Corre! Hala. Me lo has gritado así, a bocajarro. No sé si estoy más angustiada
por la carrera o por el susto que me has dado.
- Y yo qué sé…
Esos bichos son peligrosos. Podía habernos atacado.
- Ya. Si es
que era de verdad un jabalí. Vamos a quedarnos un rato aquí, porfa -. Sandra
soltó su mochila y se sentó también en otra raíz, apoyando la espalda contra el
tronco del árbol. Al cabo de un rato, ya respiraban mejor y más calmados.
- ¿Dónde
estamos? – dijo la chica mirando alrededor -. Es precioso.
- No lo sé –
respondió José Javier haciendo lo propio -. Nos hemos desviado bastante del
sendero y ahora estamos en el bosque, supongo que en la zona alta. Podíamos
comernos los bocatas.
- Mierda… -
dijo Sandra de repente.
- ¿Qué pasa?
- Con la
carrera he perdido el jersey. Lo llevaba colgado de la mochila.
- Yo iba
detrás de ti corriendo y no he visto que se te cayera nada. Igual me habría
tropezado con él – comentó el chico rebuscando en su propia mochila y sacando
dos bocadillos envueltos en papel de aluminio -. Puede que se cayera antes
mientras caminábamos y no nos diésemos cuenta.
- Pues me
jode, porque era un jersey chulo.
- Ya te
regalaré otro para tu cumple, no te preocupes.
A pesar de todo, la chica se levantó y dio
unos pasos por el camino por el que habían venido.
- No lo vas a
encontrar… - dijo Javier comenzando a desenvolver los bocadillos -. Venga, ven
aquí y comeremos algo. En tu mochila
traías el agua, ¿no?
- Si es que
queda… - dijo Sandra a distancia, intrincándose un poco más en la senda
arbolada, muy tupida en esta zona del bosque.
- La hemos ido
racionando bien, yo creo que tenemos de sobra. Venga Sandra, ven aquí. Te va a
salir el jabalí…
Se escuchaban los pasos de la muchacha en la
distancia. El chico sacó los dos botellines de plástico con el agua que les
quedaba y otro más que llevaba de reserva en su propia mochila.
- Venga,
déjalo. Cuando terminemos de comer nos volvemos al pueblo y lo hacemos por
donde hemos venido si quieres; así intentamos recuperar el jersey… Puto jersey…
- masculló para sus adentros -. Sandra, ¿me has oído? Sandra…
Sólo se escuchaba el viento removiendo las
hojas de los árboles. Transcurrieron cinco minutos que parecieron cinco horas.
Javier notaba cómo se le aceleraba el pulso y el corazón le latía con fuerza.
Reparó en que no se escuchaba el trino de los pájaros. Se levantó y se dirigió
hacia la vereda por donde se había alejado Sandra caminando.
- ¡Sandra! –
llamó alzando un poco la voz - ¿Estás ahí? ¡SANDRAAAAAAAAA! – Esta vez lo hacía
a voz en grito. No le importaba cuántos jabalíes pudieran escucharlo. Repitió
varias veces la llamada vigilando al principio por dónde caminaba para no
perderse, sin obtener respuesta -. Dios, tía. ¿Dónde te has metido?
En su desesperación, que aumentaba a cada
segundo, Javier perdió la noción de por dónde había caminado desde el lugar
donde había dejado las mochilas y al cabo de un rato comprobó que él mismo
también se había perdido.
(Continuará).
No hay comentarios:
Publicar un comentario