domingo, 23 de junio de 2013

El Ático (Parte 16)

   La revelación del Padre Joaquín me había causado una gran impresión. Era la primera noticia que tenía de que mi nacimiento se había producido en el pueblo y más concretamente en casa de mis abuelos maternos. Mi primer impulso fue llamar a mi madre para que me lo aclarara en el momento e incluso hice ademán de sacar del bolsillo el teléfono móvil para hacerlo pero Cristina vio la jugada y me retuvo la mano. Sin duda, no era el momento apropiado.

- ¿Acaso no lo sabías? - Continuó diciendo el párroco -. Espero no haber metido la pata...

- No Padre, no se preocupe - añadí tras un momento de incertidumbre -. No tiene mayor importancia, es simplemente que no es lo que siempre había creído. E ignoro por qué se me ocultó la verdad.

    Félix hizo un breve gesto asintiendo con la cabeza y añadió después con suma amabilidad:

- En cualquier caso, bienvenido a este tu pueblo. En lo que podamos ayudarte, estaremos encantados.

- Debo marchar ahora - dijo el sacerdote inmediatamente a continuación -. Me esperan en otro pueblo.

- Sí Padre, muchas gracias por su tiempo - agradeció Félix.

- Será un placer charlar contigo en otro momento - afirmó el sacerdote dirigiéndose de nuevo a mí, muy campechano, mientras me entregaba una pequeña estampa religiosa con un nombre y un teléfono anotado a mano al reverso -. Yo conocía bien a tus abuelos. Aquí tienes mi teléfono por sí alguna vez quieres que hablemos. O si no aquí estaré el próximo domingo.

- De momento sólo me quedaré aquí hasta mañana, Padre - le dije tomando la estampilla con agradecimiento -. Pero cuando pueda volver tenga la seguridad de que estaré en sus homilías.

- Vaya, lo tomo como un halago – dijo sonriendo. Hizo un gesto a modo de bendición para los presentes y se dirigió hacia su coche mientras el joven monaguillo salía de la Iglesia, supongo que tras haber dejado todo en orden. Llevaba una mochila a la espalda y nos hizo un gesto de saludo con la mano mientras se subía al asiento del conductor.

- Ese es Jaime – explicó Félix aunque nadie había preguntado -. Un buen chico. Es sobrino de don Joaquín e hijo del pastor del pueblo, que también se llama Jaime. Jaime es hermano de don Joaquín. Uno pastorea almas y el otro rebaños – no pudo resistirse al chistecillo -. Debe ser cosa de familia. Bueno – continuó, cambiando de tercio -. ¿Hace una cervecita?

- No Félix, gracias – repuse al instante -. Creo que mejor será que volvamos al Hostal. Antes de comer quiero hacer algunas gestiones, ¿te parece, Cristina?

- De acuerdo – respondió ésta -. Me hubiera gustado charlar un rato con algún vecino, pero se ha marchado todo el mundo como si se les quemaran las lentejas… Hasta el cura tenía prisa.

- Don Joaquín es un hombre muy atareado – excusó Celia -. Pero siempre tiene tiempo para todo el que se dirige a él. No se imaginan con qué cariño atendía a mi madre en sus últimos días. Él mismo fue el que le dio la Extrema Unción.

- La señora Remedios… - dijo Félix con la mirada perdida y cierta nostalgia.

- Bueno – interrumpí con un ligero tono de ansiedad que no pretendía -. Si os parece, me vuelvo al Hostal. ¿Te vienes, Cris?

- Voy. Después de comer ya confraternizaremos con los del pueblo.

   Nos despedimos cordialmente. Félix se marchó hacia el bar. Pude ver cómo el señor Pepe se le unía poco después, lo estaba aguardando en la esquina de la Plaza y en ningún momento se había arrimado a nuestro pequeño grupo. Celia decidió volver también al Hostal con nosotros. Para acudir a Misa había cerrado el establecimiento, dejando una nota en la puerta con un número de móvil.

- No es que espere a mucha gente hoy – explicó sin que se lo pidiéramos -. Es por si vienen los guardias y necesitan algo más -. Estaba claro que el tema de los chicos perdidos no se le iba de la cabeza. Con la confianza del trato de estos pocos días, me atreví a ser un poco más indiscreto con ella.

- ¿Nadie más te ayuda con el Hostal, Celia? ¿Estás casada?

- Estoy sola, pero me apaño bien – dijo con naturalidad, aunque como de costumbre no fue muy elocuente; al menos nunca lo era con los temas que no le interesaban -. Voy a preparar algo de comida. Hay guiso con boletus, si os gusta.

- ¡A mí me encantan! – Exclamó Cristina.          

- Y a mí – corroboré.

- De acuerdo entonces. Máximo en una hora ya estará todo listo.

     Nos quedamos en el saloncito de estar del Hostal, sentados en un tresillo haciendo L con una mesita de madera entre ambos rematada con una lamparilla de forja. En esta ocasión Cristina no me detuvo cuando saqué el móvil del bolsillo.

- Estás deseando llamar ¿eh?

- Pues sí. Para qué te lo voy a negar…





Ayer sábado 8 de septiembre, en otro lugar.

- ¿Podemos parar un momento? – dijo Sandra jadeando -. Parece que ya no se oye nada.

   José Javier también estaba cansado. Se sentó sobre una raíz que sobresalía en el suelo y cogió varias bocanadas de aire.

- Debieron avisarnos de que en la zona había jabalíes.

   Sandra continuaba agitada pero ya se encontraba mejor.

- ¿Pero tú lo has visto?

- Para nada. He visto los matorrales moverse y luego el gruñido.

- Y me saltas: ¡Corre! Hala. Me lo has gritado así, a bocajarro. No sé si estoy más angustiada por la carrera o por el susto que me has dado.

- Y yo qué sé… Esos bichos son peligrosos. Podía habernos atacado.

- Ya. Si es que era de verdad un jabalí. Vamos a quedarnos un rato aquí, porfa -. Sandra soltó su mochila y se sentó también en otra raíz, apoyando la espalda contra el tronco del árbol. Al cabo de un rato, ya respiraban mejor y más calmados.

- ¿Dónde estamos? – dijo la chica mirando alrededor -. Es precioso.

- No lo sé – respondió José Javier haciendo lo propio -. Nos hemos desviado bastante del sendero y ahora estamos en el bosque, supongo que en la zona alta. Podíamos comernos los bocatas.

- Mierda… - dijo Sandra de repente.

- ¿Qué pasa?

- Con la carrera he perdido el jersey. Lo llevaba colgado de la mochila.

- Yo iba detrás de ti corriendo y no he visto que se te cayera nada. Igual me habría tropezado con él – comentó el chico rebuscando en su propia mochila y sacando dos bocadillos envueltos en papel de aluminio -. Puede que se cayera antes mientras caminábamos y no nos diésemos cuenta.

- Pues me jode, porque era un jersey chulo.

- Ya te regalaré otro para tu cumple, no te preocupes.

   A pesar de todo, la chica se levantó y dio unos pasos por el camino por el que habían venido.

- No lo vas a encontrar… - dijo Javier comenzando a desenvolver los bocadillos -. Venga, ven aquí y comeremos algo.  En tu mochila traías el agua, ¿no?

- Si es que queda… - dijo Sandra a distancia, intrincándose un poco más en la senda arbolada, muy tupida en esta zona del bosque.

- La hemos ido racionando bien, yo creo que tenemos de sobra. Venga Sandra, ven aquí. Te va a salir el jabalí…

   Se escuchaban los pasos de la muchacha en la distancia. El chico sacó los dos botellines de plástico con el agua que les quedaba y otro más que llevaba de reserva en su propia mochila.

- Venga, déjalo. Cuando terminemos de comer nos volvemos al pueblo y lo hacemos por donde hemos venido si quieres; así intentamos recuperar el jersey… Puto jersey… - masculló para sus adentros -. Sandra, ¿me has oído? Sandra…

   Sólo se escuchaba el viento removiendo las hojas de los árboles. Transcurrieron cinco minutos que parecieron cinco horas. Javier notaba cómo se le aceleraba el pulso y el corazón le latía con fuerza. Reparó en que no se escuchaba el trino de los pájaros. Se levantó y se dirigió hacia la vereda por donde se había alejado Sandra caminando.


- ¡Sandra! – llamó alzando un poco la voz - ¿Estás ahí? ¡SANDRAAAAAAAAA! – Esta vez lo hacía a voz en grito. No le importaba cuántos jabalíes pudieran escucharlo. Repitió varias veces la llamada vigilando al principio por dónde caminaba para no perderse, sin obtener respuesta -. Dios, tía. ¿Dónde te has metido?

   En su desesperación, que aumentaba a cada segundo, Javier perdió la noción de por dónde había caminado desde el lugar donde había dejado las mochilas y al cabo de un rato comprobó que él mismo también se había perdido.



(Continuará).







No hay comentarios:

Publicar un comentario