domingo, 4 de agosto de 2013

El Ático (Parte 21)

Ayer sábado 8 de septiembre, en otro lugar.


   El hombre del maletín gris intentó poner en marcha su vehículo nuevamente, sin éxito. Maldijo su suerte y principalmente su falta de previsión. Hacía unos pocos días que le habían comentado en el taller donde hizo la revisión de los cien mil kilómetros que debía cambiar la correa del alternador pero no hizo caso porque necesitaba disponer del coche a toda costa por motivos de trabajo y ahora se lamentaba de no haber esperado un día más a que se solucionara el tema. La investigación que le habían encargado en el CSIC le tenía por completo ensimismado y no pensaba en otra cosa, incluso mientras intentaba descansar acostado por la noche.

   Cogió su teléfono móvil y marcó automáticamente el número del hostal donde pensaba estar alojado.

- Buenos días – contestó a su interlocutora al otro lado de la línea -. ¿Señora Celia? Sí, buenos días. Mire, tenía reserva para esta noche en su hostal pero me temo que no podré acudir... No, no se preocupe. Es que me ha surgido un contratiempo. En otra ocasión será. Adiós y gracias.



   Colgó el teléfono y se dispuso a realizar otra llamada. Le respondió el aviso de apagado o fuera de cobertura.

- Maldita sea.

   Casi con furia marcó el teléfono de su seguro. En esta ocasión tuvo suerte.

- Hola, buenos días. Mire, me he quedado tirado con el coche en una carretera comarcal de la provincia de Soria.

   Continuó dando los datos necesarios para que la grúa pudiera localizarlo y se recostó en el asiento mucho más tranquilo, aunque la señorita teleoperadora no le había garantizado una asistencia inmediata.

- Tenga en cuenta que es sábado y tenemos los servicios muy ocupados - dijo de forma amable pero impasible.

- Me lo imagino - contestó el hombre mientras pensaba que en cuanto se solucionara el problema cambiaría de seguro, por ineptos.

   Colgó con brusquedad y cerró los ojos un momento. Multitud de pensamientos se agolparon en su mente: el trabajo de investigación que se le encargó acerca de extraños sucesos cerca de un pueblo de la zona de pinares soriana, su reciente rehabilitación de un problema con las anfetaminas para soportar el intenso ritmo de trabajo, la no menos reciente separación de su esposa y ahora una inoportuna avería fruto de su propia impaciencia.

   Tenía decidido pasar la noche en el propio pueblo donde al parecer se centraban los sucesos que tenía que investigar y si tenía éxito pensaba continuar su estancia, pero ahora no le quedaba otro remedio que llamar al seguro para que una grúa lo trasladara a su taller de referencia en Logroño, la ciudad donde residía. Había escuchado un ruido extraño procedente del motor mientras recorría las innumerables curvas de la sierra de Cameros y las estribaciones del puerto de Santa Inés pero siguió su camino hasta que tuvo que detenerse ya no demasiado lejos de su destino para actualizar la información de su navegador. Le daba vergüenza reconocer que a pesar de todos los medios tradicionales y electrónicos que llevaba para facilitar la navegación se había perdido. Aparcó en el arcén a orillas de un bosque de pinos inmenso. Ya no pudo volver a arrancar.


   Se revolvió en su asiento y marcó de nuevo el número con el que hacía unos minutos había intentado comunicar. Sonó el mismo audiomensaje de apagado o fuera de cobertura.

- Venga Paco, joder. ¿Dónde te has metido?

   Suspiró enérgicamente y volvió a cerrar los ojos en actitud de resignación. 

   Transcurrieron varias horas, en las cuales acertaron a pasar por allí tres turismos y un tractor. Tan sólo una mujer de mediana edad que conducía un antiguo R5 y el conductor del tractor le ofrecieron ayuda, que él rehusó amablemente alegando la proximidad del auxilio por parte de su seguro. Se quedó dormitando en el asiento del conductor hasta que perdió la noción del tiempo; debieron transcurrir otras dos horas, que se hicieron eternas. Iba a llamar enfadado de nuevo al seguro para ver qué demonios ocurría con su asistencia cuando el móvil le vibró por la entrada de un mensaje. El teléfono móvil con el que intentaba contactar se encontraba ya disponible. Cambió de opinión y remarcó el número de su colega.

- Dime - le respondió una voz después de unos pocos tonos de llamada.

- Hola Paco, buenos días. Llevo toda la mañana intentando localizarte. Me he quedado tirado con el coche y estoy esperando a que me rescate la grúa. Es la correa del alternador, así que no tengo otra opción. He pedido a mi seguro que la grúa me traslade al taller donde lo llevo siempre en Logroño.

- Qué faena - dijo Paco cuando se hizo un breve silencio.

- Te llamo porque no podré encargarme del tema Soria este fin de semana como le comenté a Gorka.  Si se lo queréis encargar a otro...

- Ni de broma - contestó Paco al otro lado de la línea -. Tú llevas mucho tiempo trabajando en el asunto y eres el más capacitado para gestionarlo. No te preocupes, se puede esperar. Llamaré a Gorka y le explicaré el asunto. Llámame si necesitas algo.

- De momento lo que necesito es que venga la condenada grúa.

- Ten paciencia. ¿Llevas mucho esperando?

   Echó una mirada de soslayo a su reloj.


- Casi cuatro horas.

- Joder, eso no es normal.

- Voy a llamar de nuevo y les pondré a parir.


- Harás bien. En fin, llámame de nuevo si puedo hacer algo.

- Gracias Paco. Nos vemos.

   Nuevamente colgó el teléfono y por un instante reparó en que desde hacía mucho tiempo no pasaba nadie por aquella carretera, ya de por sí solitaria. Profundamente enfadado, se dispuso a llamar de nuevo al seguro y esta vez con más acritud.

   De pronto, en la ventanilla del copiloto sonó un fuerte golpe que lo sobresaltó con terror no tanto por el estruendo como por lo inesperado. Al girar la cabeza vio a un hombre joven que apoyaba ambas manos sobre el cristal y lo miraba con un rictus de pavor en la cara, sumamente angustiado.

- ¡Ayúdeme, por favor!

   Salió del coche casi sin pensar y con el corazón latiendo con fuerza. Rodeó el vehículo y se acercó al chico, que en aquel momento se desplomaba sobre el asfalto. Lo ayudó a incorporarse y observó que estaba sudoroso, sucio y lleno de arañazos que dejaban regueros de sangre en los brazos y piernas. Debía haber estado corriendo entre los matorrales del bosque.

- Cálmese por favor. ¿Qué le ocurre?

   El joven consiguió articular algunas palabras:

- Me... Persigue... Algo me persigue... Mi novia...

- Tranquilo. Ya está usted a salvo - dijo para calmarlo aunque sin demasiado convencimiento. Se dirigió al maletero y sacó un botellín de agua de una pequeña nevera portátil que llevaba siempre consigo. El chico estaba sentado en el suelo con la espalda pegada a la puerta del turismo.

- Tenga, beba un poco. ¿Cómo se llama? Mi nombre es Raúl.

   Bebió directamente de la botella con avidez, algo más calmado.

- José... - seguía jadeando aunque con gesto menos angustiado - José... Javier.

- Bueno. Está bien. Ahora trataremos de ponerle en pie despacio. Avíseme si siente algún mareo.

   Antes de iniciar la maniobra, José Javier volvió a mirarle ansioso y le tiró con fuerza de los brazos.

- Sandra... La chica que iba conmigo... Es... Es mi novia... ¿La ha visto?

- No. No ha pasado nadie caminando por aquí antes que usted - explicó Raúl.

- ¡Hay que encontrarla! - Exclamó el joven nuevamente angustiado -. Estábamos... haciendo senderismo... Algo nos perseguía y huimos corriendo... Paramos a descansar... Sandra volvió para buscar algo... no recuerdo qué... Fui tras ella a buscarla...

- Bueno, bueno. Tranquilícese - interrumpió el investigador intentando sosegar de nuevo la situación -. Ahora intentaremos hacer algo, pero antes tenemos que calmarnos.
  
   José Javier se incorporó con la ayuda de su salvador, terminando de un sólo trago el resto del botellín de agua. De repente, la mirada del joven se perdió en un punto muy determinado del bosque, muy cerca del lugar por donde había salido.

- ¡Allí! - gritó extendiendo el brazo y señalando como un poseso - ¡Por allí!

   Raúl miró hacia donde el joven señalaba pero no vio nada más que pinos y matorrales altos. Antes de que pudiera reaccionar, José echó a correr precipitadamente trastabillándose con sus propios pies. De milagro no cayó de nuevo al suelo.

- ¡Espere! … Por favor... - añadió para sus adentros. Comenzó a perseguirlo hacia el interior del bosque, internándose cada vez más. Era inconcebible que a pesar de su estado el joven corriera a gran velocidad y que le costara tanto alcanzarlo, aunque Raúl se encontraba también en buena forma física.

- ¡Deténgase de una vez! – Volvió a gritar el hombre casi con enfado, hasta que se detuvo al ver que José Javier se le escapaba y se alejaba cada vez más – Váyase a tomar por…

   No llegó a terminar la frase. Un resplandor brillante como un sol de verano y con tonos azulados como de atardecer había surgido de la nada, en una zona del bosque con matorral bajo y árboles sumamente altos en cualquiera de las direcciones en las que se mirara. José Javier estaba completamente parado y firme, observando directamente un ser de forma mal definida que se encontraba delante del joven, inmóvil. Raúl quedó a su vez paralizado, a muy pocos metros del escenario surrealista. Sólo distinguía la espalda de José y un halo de luz resplandeciente que creyó procedente del extraño ser, que a su vez extendía hacia el chico algo parecido a un miembro superior. Y sí, pudo verlo con claridad: el resplandor procedía de un objeto que el extraño le mostraba en un principio sólo a José Javier, pero después a ambos, para descubrir asombrado que en realidad se trataba de dos objetos idénticos… o más bien… era como si el primer objeto se duplicara ante sus ojos.


  
   Todo transcurrió en una breve fracción de tiempo. La intensa luz se hizo cegadora y la temperatura bajó hasta convertirse en gélida, mientras una niebla anormalmente densa comenzaba a envolverles a los tres, dejando un margen de visibilidad que parecía un halo de protección. Algo les sujetaba por los hombros, una fuerza extraña que les mantenía clavados en la tierra. Una sensación de agradable letargo les envolvió por completo y en pocos segundos les abandonó la conciencia, notando que caían de forma ligera por un túnel infinito, suavemente, como flotando a merced de un viento constante sin fin… hasta que por fin despertaron.


(Continuará)








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