Ayer sábado 8
de septiembre, en otro lugar.
El hombre del maletín gris intentó poner en marcha su vehículo nuevamente, sin éxito. Maldijo su suerte y principalmente su falta de previsión. Hacía unos pocos días que le habían comentado en el taller donde hizo la revisión de los cien mil kilómetros que debía cambiar la correa del alternador pero no hizo caso porque necesitaba disponer del coche a toda costa por motivos de trabajo y ahora se lamentaba de no haber esperado un día más a que se solucionara el tema. La investigación que le habían encargado en el CSIC le tenía por completo ensimismado y no pensaba en otra cosa, incluso mientras intentaba descansar acostado por la noche.
Cogió su teléfono móvil y marcó
automáticamente el número del hostal donde pensaba estar alojado.
- Buenos días
– contestó a su interlocutora al otro lado de la línea -. ¿Señora Celia? Sí,
buenos días. Mire, tenía reserva para esta noche en su hostal pero me temo que
no podré acudir... No, no se preocupe. Es que me ha surgido un contratiempo. En
otra ocasión será. Adiós y gracias.
Colgó el teléfono y se dispuso a realizar
otra llamada. Le respondió el aviso de apagado o fuera de cobertura.
- Maldita sea.
Casi con furia marcó el teléfono de su
seguro. En esta ocasión tuvo suerte.
- Hola, buenos
días. Mire, me he quedado tirado con el coche en una carretera comarcal de la
provincia de Soria.
Continuó dando los datos necesarios para que
la grúa pudiera localizarlo y se recostó en el asiento mucho más tranquilo,
aunque la señorita teleoperadora no le había garantizado una asistencia
inmediata.
- Tenga en
cuenta que es sábado y tenemos los servicios muy ocupados - dijo de forma
amable pero impasible.
- Me lo
imagino - contestó el hombre mientras pensaba que en cuanto se solucionara el
problema cambiaría de seguro, por ineptos.
Colgó con brusquedad y cerró los
ojos un momento. Multitud de pensamientos se agolparon en su mente: el trabajo
de investigación que se le encargó acerca de extraños sucesos cerca de un
pueblo de la zona de pinares soriana, su reciente rehabilitación de un problema
con las anfetaminas para soportar el intenso ritmo de trabajo, la no menos
reciente separación de su esposa y ahora una inoportuna avería fruto de su
propia impaciencia.
Tenía decidido pasar la noche en el propio
pueblo donde al parecer se centraban los sucesos que tenía que investigar y si
tenía éxito pensaba continuar su estancia, pero ahora no le quedaba otro
remedio que llamar al seguro para que una grúa lo trasladara a su taller de
referencia en Logroño, la ciudad donde residía. Había escuchado un ruido
extraño procedente del motor mientras recorría las innumerables curvas de la
sierra de Cameros y las estribaciones del puerto de Santa Inés pero siguió su
camino hasta que tuvo que detenerse ya no demasiado lejos de su destino para
actualizar la información de su navegador. Le daba vergüenza reconocer que a
pesar de todos los medios tradicionales y electrónicos que llevaba para
facilitar la navegación se había perdido. Aparcó en el arcén a orillas de un
bosque de pinos inmenso. Ya no pudo volver a arrancar.
Se revolvió en su asiento y marcó de nuevo
el número con el que hacía unos minutos había intentado comunicar. Sonó el
mismo audiomensaje de apagado o fuera de cobertura.
- Venga Paco,
joder. ¿Dónde te has metido?
Suspiró enérgicamente y volvió a cerrar los
ojos en actitud de resignación.
Transcurrieron
varias horas, en las cuales acertaron a pasar por allí tres turismos y un
tractor. Tan sólo una mujer de mediana edad que conducía un antiguo R5 y el
conductor del tractor le ofrecieron ayuda, que él rehusó amablemente alegando
la proximidad del auxilio por parte de su seguro. Se quedó dormitando en el
asiento del conductor hasta que perdió la noción del tiempo; debieron
transcurrir otras dos horas, que se hicieron eternas. Iba a llamar enfadado de
nuevo al seguro para ver qué demonios ocurría con su asistencia cuando el móvil
le vibró por la entrada de un mensaje. El teléfono móvil con el que intentaba
contactar se encontraba ya disponible. Cambió de opinión y remarcó el número de
su colega.
- Dime - le
respondió una voz después de unos pocos tonos de llamada.
- Hola Paco,
buenos días. Llevo toda la mañana intentando localizarte. Me he quedado tirado
con el coche y estoy esperando a que me rescate la grúa. Es la correa del
alternador, así que no tengo otra opción. He pedido a mi seguro que la grúa me
traslade al taller donde lo llevo siempre en Logroño.
- Qué faena -
dijo Paco cuando se hizo un breve silencio.
- Te llamo
porque no podré encargarme del tema Soria este fin de semana como le comenté a
Gorka. Si se lo queréis encargar a otro...
- Ni de broma
- contestó Paco al otro lado de la línea -. Tú llevas mucho tiempo trabajando
en el asunto y eres el más capacitado para gestionarlo. No te preocupes, se
puede esperar. Llamaré a Gorka y le explicaré el asunto. Llámame si necesitas
algo.
- De momento
lo que necesito es que venga la condenada grúa.
- Ten
paciencia. ¿Llevas mucho esperando?
- Casi cuatro
horas.
- Joder, eso
no es normal.
- Voy a llamar
de nuevo y les pondré a parir.
- Harás bien.
En fin, llámame de nuevo si puedo hacer algo.
- Gracias
Paco. Nos vemos.
Nuevamente colgó el teléfono y por un
instante reparó en que desde hacía mucho tiempo no pasaba nadie por aquella
carretera, ya de por sí solitaria. Profundamente enfadado, se dispuso a llamar
de nuevo al seguro y esta vez con más acritud.
De pronto, en la ventanilla del copiloto
sonó un fuerte golpe que lo sobresaltó con terror no tanto por el estruendo
como por lo inesperado. Al girar la cabeza vio a un hombre joven que apoyaba
ambas manos sobre el cristal y lo miraba con un rictus de pavor en la cara,
sumamente angustiado.
- ¡Ayúdeme,
por favor!
Salió del coche casi sin pensar y con el
corazón latiendo con fuerza. Rodeó el vehículo y se acercó al chico, que en
aquel momento se desplomaba sobre el asfalto. Lo ayudó a incorporarse y observó
que estaba sudoroso, sucio y lleno de arañazos que dejaban regueros de sangre
en los brazos y piernas. Debía haber estado corriendo entre los matorrales del
bosque.
- Cálmese por
favor. ¿Qué le ocurre?
El joven consiguió articular algunas
palabras:
- Me...
Persigue... Algo me persigue... Mi novia...
- Tranquilo.
Ya está usted a salvo - dijo para calmarlo aunque sin demasiado convencimiento.
Se dirigió al maletero y sacó un botellín de agua de una pequeña nevera
portátil que llevaba siempre consigo. El chico estaba sentado en el suelo con
la espalda pegada a la puerta del turismo.
Bebió directamente de la botella con avidez,
algo más calmado.
- José... -
seguía jadeando aunque con gesto menos angustiado - José... Javier.
- Bueno. Está
bien. Ahora trataremos de ponerle en pie despacio. Avíseme si siente algún
mareo.
Antes de iniciar la maniobra, José Javier
volvió a mirarle ansioso y le tiró con fuerza de los brazos.
- Sandra... La
chica que iba conmigo... Es... Es mi novia... ¿La ha visto?
- No. No ha
pasado nadie caminando por aquí antes que usted - explicó Raúl.
- ¡Hay que
encontrarla! - Exclamó el joven nuevamente angustiado -. Estábamos... haciendo
senderismo... Algo nos perseguía y huimos corriendo... Paramos a descansar...
Sandra volvió para buscar algo... no recuerdo qué... Fui tras ella a
buscarla...
- Bueno,
bueno. Tranquilícese - interrumpió el investigador intentando sosegar de nuevo
la situación -. Ahora intentaremos hacer algo, pero antes tenemos que
calmarnos.
José Javier se incorporó con la ayuda de su
salvador, terminando de un sólo trago el resto del botellín de agua. De
repente, la mirada del joven se perdió en un punto muy determinado del bosque,
muy cerca del lugar por donde había salido.
- ¡Allí! -
gritó extendiendo el brazo y señalando como un poseso - ¡Por allí!
Raúl miró hacia donde el joven señalaba pero
no vio nada más que pinos y matorrales altos. Antes de que pudiera reaccionar,
José echó a correr precipitadamente trastabillándose con sus propios pies. De
milagro no cayó de nuevo al suelo.
- ¡Espere! … Por
favor... - añadió para sus adentros. Comenzó a perseguirlo hacia el interior
del bosque, internándose cada vez más. Era inconcebible que a pesar de su
estado el joven corriera a gran velocidad y que le costara tanto alcanzarlo, aunque Raúl se encontraba también en buena forma física.
- ¡Deténgase
de una vez! – Volvió a gritar el hombre casi con enfado, hasta que se detuvo al
ver que José Javier se le escapaba y se alejaba cada vez más – Váyase a tomar
por…
No llegó a terminar la frase. Un resplandor
brillante como un sol de verano y con tonos azulados como de atardecer había
surgido de la nada, en una zona del bosque con matorral bajo y árboles sumamente
altos en cualquiera de las direcciones en las que se mirara. José Javier estaba
completamente parado y firme, observando directamente un ser de forma mal definida
que se encontraba delante del joven, inmóvil. Raúl quedó a su vez paralizado, a
muy pocos metros del escenario surrealista. Sólo distinguía la espalda de José
y un halo de luz resplandeciente que creyó procedente del extraño ser, que a su
vez extendía hacia el chico algo parecido a un miembro superior. Y sí, pudo
verlo con claridad: el resplandor procedía de un objeto que el extraño le
mostraba en un principio sólo a José Javier, pero después a ambos, para
descubrir asombrado que en realidad se trataba de dos objetos idénticos… o más
bien… era como si el primer objeto se duplicara ante sus ojos.
Todo transcurrió en una breve fracción de
tiempo. La intensa luz se hizo cegadora y la temperatura bajó hasta convertirse
en gélida, mientras una niebla anormalmente densa comenzaba a envolverles a los
tres, dejando un margen de visibilidad que parecía un halo de protección. Algo
les sujetaba por los hombros, una fuerza extraña que les mantenía clavados en la
tierra. Una sensación de agradable letargo les envolvió por completo y en pocos
segundos les abandonó la conciencia, notando que caían de forma ligera por un
túnel infinito, suavemente, como flotando a merced de un viento constante sin
fin… hasta que por fin despertaron.
(Continuará)
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