domingo, 21 de abril de 2013

El Ático (Parte 7)


“Tip tap, el hombre va.          
Busca, encuentra y vigilará.
Tip  tap, si brillando está
pórtate bien o te llevará”.

(Canción popular castellana, mediados de siglo XX).

... De nuevo giré el picaporte abriendo la puerta, que no emitió ruido alguno salvo un ligero chirriar al final del recorrido, y me adentré en las sombras... Sentí el frío húmedo de los lugares que han estado cerrados durante mucho tiempo y el olor a moho y a madera vieja impregnando todo el ambiente. La pequeña escalera de madera que subía hacia el ático ascendía un tramo y luego giraba hacia la derecha penetrando en la oquedad que daba acceso a la habitación, solitaria y abandonada. Pronto mis ojos se acostumbraron a la semioscuridad; subí lentamente sin necesidad de encender la luz. La escalera era robusta y segura, aunque a primera vista daba la impresión de fragilidad por el paso de los años.

   Entré en el ático lentamente, con cierta precaución; no podía apartar de la mente el tema de la puerta, misteriosamente cerrada con llave y abierta al día siguiente, cerrándose de un portazo. Supuse también que podía haber algún animal allí dentro, por lo cual debía extremar precauciones. Sin embargo, la estancia permanecía ordenada, tranquila y en silencio, como si el tiempo no hubiera pasado desde que la abuela Valeria dejó la casa. 

Nota al margen: Es una buhardilla grande, tal y como la recordaba. Con tejado a dos aguas, la única luz que la baña entra por el tragaluz en forma de ojo de buey con cuatro sectores. Efectivamente, uno de los cuatro cristales está roto y un par de telarañas rodean el marco de la ventana. En el resto de la habitación hay un viejo baúl de hierro forjado sin cerrojo, una mesa de madera sin cajoneras rodeada por un par de sillas de mimbre con algunos libros encima cubiertos de polvo y un tresillo también de mimbre con cojines de tela y rellenos de pluma de ave. En el lado contrario, un armario de roble cerrado pero sin llave y completamente vacío cuando lo abrí ocupaba casi la mitad de la pared. El olor del armario era agradable, como a flores.

   Lo primero que llamó mi atención fue uno de los libros que estaban sobre la mesa. Era un manuscrito encuadernado a modo de diario y en la primera página pude reconocer la letra de mi abuelo Luis. Tenía una forma muy peculiar de empezar cada párrafo, siempre con una primera letra gigantesca, y escribía con una caligrafía muy inclinada. El título era "Cuentos y Leyendas" y me puse a ojearlo con interés. Según parecía, el abuelo había recopilado historias y relatos de la comarca. Pude reconocer algunos de los cuentos que nos contaba de pequeños a mis primos y a mí, como el de Félix Saturio y su ganado perdido, la misteriosa dama del bosque, el amor imposible de los condes de Vega o la desaparición del niño Lucas, una historia que nos daba mucho miedo especialmente cuando el abuelo nos decía y juraba que al final los aldeanos sólo habían conseguido encontrar el cántaro derramado en el bosque y que María, su abuela, se había vuelto loca tan sólo unas semanas más tarde.

   Enfrascado en la lectura de este relato escrito del puño y letra de mi abuelo, mi corazón dio un vuelco cuando de pronto volví a escuchar el fuerte sonido de la puerta del ático cerrándose de golpe. Sin embargo, no noté corriente alguna de aire que justificara el fenómeno, aun encontrándome en la trayectoria entre la ventana y el final de la escalera. Quise también recordar que cuando entré había cerrado la puerta pero una vez más no confié en ello con total seguridad.

   Entonces, al alzar la vista y mirar al exterior a través del tragaluz, lo vi. Algo brillaba entre los árboles a la entrada del bosque y a la altura de unos matorrales. Un fulgor azulado que hubiera pasado por algún reflejo si no fuera por su tamaño, desmesuradamente grande. Se diría además que tenía forma humana, pero en los pocos segundos que duró no pude reconocer rasgo alguno. Desapareció sin dejar rastro delante de mis ojos tal y como había aparecido y aunque estaba paralizado por la sorpresa de lo inesperado pude reparar en otro detalle inquietante; allí fuera resplandecía el ocaso; el sol emitía claramente luz de atardecer. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que entré en el ático? ¿Tan rápido se me había pasado el tiempo? Lancé el libro sobre el tresillo y corrí escalera abajo con el corazón en un puño. La puerta estaba cerrada por completo pero también en esta ocasión volví a abrirla sin dificultad, únicamente girando el picaporte. El pasillo de las habitaciones superiores estaba vacío pero apenas reparé en ello. Bajé por la escalera de piedra al comedor y salí al jardín, recibiendo directamente en la cara el calor templado del mediodía. Sólo entonces caí en la cuenta de que podía haber hecho lo más lógico: consultar mi reloj de pulsera. Eran las once y media de la mañana.



- No... puede ser -. Me dije a mí mismo completamente desconcertado. Sin perder un segundo más rodeé toda la casa y salí por la parte trasera del jardín a la altura de la cabaña para herramientas; quería averiguar el origen del extraño resplandor que había visto desde la ventana.


   El bosque estaba en calma. Unas pocas ráfagas de viento mecían las ramas más altas de los árboles. Sin embargo, ni rastro del resplandor, ni una huella, ni un indicio; de hecho, tampoco estaban los matorrales. Estaba completamente seguro de que aquel fulgor ascendía desde una zona de matas bajas perfectamente visibles y aunque no soy exactamente lo que se dice un boy-scout, no tengo excesivos problemas de orientación de modo que sabía en qué región del bosque había visto el fenómeno. En aquella zona nada dejaba entrever que algo o alguien había pasado ni siquiera cerca del lugar. De hecho, incluso el entorno se había modificado y habían desaparecido los matorrales, tan sólo en unos minutos.


   Volví a entrar en casa pero evité volver a subir al ático. No me sentía con ánimo por el momento. Aquí sentado delante del escritorio garabateo estas notas para ordenar mis ideas. Confieso que estoy preocupado. No me explico las cosas que han ocurrido y tengo miedo de que sigan ocurriendo hechos similares, pero no pienso abandonar. Procuraré conservar la calma y aguardar acontecimientos.


(Continuará).

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