Busca, encuentra y vigilará.
Tip tap, si
brillando está
pórtate bien o te llevará”.
(Canción popular castellana, mediados de siglo XX).
... De nuevo giré el picaporte abriendo la puerta, que no
emitió ruido alguno salvo un ligero chirriar al final del recorrido, y me
adentré en las sombras... Sentí el frío húmedo de los lugares que han estado
cerrados durante mucho tiempo y el olor a moho y a madera vieja impregnando
todo el ambiente. La pequeña escalera de madera que subía hacia el ático
ascendía un tramo y luego giraba hacia la derecha penetrando en la oquedad que
daba acceso a la habitación, solitaria y abandonada. Pronto mis ojos se acostumbraron
a la semioscuridad; subí lentamente sin necesidad de encender la luz. La
escalera era robusta y segura, aunque a primera vista daba la impresión de
fragilidad por el paso de los años.
Entré en el ático
lentamente, con cierta precaución; no podía apartar de la mente el tema de la
puerta, misteriosamente cerrada con llave y abierta al día siguiente,
cerrándose de un portazo. Supuse también que podía haber algún animal allí
dentro, por lo cual debía extremar precauciones. Sin embargo, la estancia permanecía
ordenada, tranquila y en silencio, como si el tiempo no hubiera pasado desde
que la abuela Valeria dejó la casa.
Nota al margen: Es una buhardilla grande, tal y como la
recordaba. Con tejado a dos aguas, la única luz que la baña entra por el tragaluz
en forma de ojo de buey con cuatro sectores. Efectivamente, uno de los cuatro
cristales está roto y un par de telarañas rodean el marco de la ventana. En el
resto de la habitación hay un viejo baúl de hierro forjado sin cerrojo, una
mesa de madera sin cajoneras rodeada por un par de sillas de mimbre con algunos
libros encima cubiertos de polvo y un tresillo también de mimbre con cojines de
tela y rellenos de pluma de ave. En el lado contrario, un armario de roble
cerrado pero sin llave y completamente vacío cuando lo abrí ocupaba casi la
mitad de la pared. El olor del armario era agradable, como a flores.
Lo primero que llamó
mi atención fue uno de los libros que estaban sobre la mesa. Era un manuscrito
encuadernado a modo de diario y en la primera página pude reconocer la letra de
mi abuelo Luis. Tenía una forma muy peculiar de empezar cada párrafo, siempre
con una primera letra gigantesca, y escribía con una caligrafía muy inclinada.
El título era "Cuentos y Leyendas" y me puse a ojearlo con interés.
Según parecía, el abuelo había recopilado historias y relatos de la comarca.
Pude reconocer algunos de los cuentos que nos contaba de pequeños a mis primos
y a mí, como el de Félix Saturio y su ganado perdido, la misteriosa dama del
bosque, el amor imposible de los condes de Vega o la desaparición del niño
Lucas, una historia que nos daba mucho miedo especialmente cuando el abuelo nos
decía y juraba que al final los aldeanos sólo habían conseguido encontrar el
cántaro derramado en el bosque y que María, su abuela, se había vuelto loca tan
sólo unas semanas más tarde.
Enfrascado en la
lectura de este relato escrito del puño y letra de mi abuelo, mi corazón dio un
vuelco cuando de pronto volví a escuchar el fuerte sonido de la puerta del
ático cerrándose de golpe. Sin embargo, no noté corriente alguna de aire que
justificara el fenómeno, aun encontrándome en la trayectoria entre la ventana y
el final de la escalera. Quise también recordar que cuando entré había cerrado
la puerta pero una vez más no confié en ello con total seguridad.
Entonces, al alzar
la vista y mirar al exterior a través del tragaluz, lo vi. Algo brillaba entre
los árboles a la entrada del bosque y a la altura de unos matorrales. Un fulgor
azulado que hubiera pasado por algún reflejo si no fuera por su tamaño,
desmesuradamente grande. Se diría además que tenía forma humana, pero en los
pocos segundos que duró no pude reconocer rasgo alguno. Desapareció sin dejar
rastro delante de mis ojos tal y como había aparecido y aunque estaba paralizado
por la sorpresa de lo inesperado pude reparar en otro detalle inquietante; allí
fuera resplandecía el ocaso; el sol emitía claramente luz de atardecer. ¿Cuánto
tiempo había transcurrido desde que entré en el ático? ¿Tan rápido se me había
pasado el tiempo? Lancé el libro sobre el tresillo y corrí escalera abajo con
el corazón en un puño. La puerta estaba cerrada por completo pero también en
esta ocasión volví a abrirla sin dificultad, únicamente girando el picaporte.
El pasillo de las habitaciones superiores estaba vacío pero apenas reparé en
ello. Bajé por la escalera de piedra al comedor y salí al jardín, recibiendo
directamente en la cara el calor templado del mediodía. Sólo entonces caí en la
cuenta de que podía haber hecho lo más lógico: consultar mi reloj de pulsera.
Eran las once y media de la mañana.
- No... puede ser -. Me dije a mí mismo completamente
desconcertado. Sin perder un segundo más rodeé toda la casa y salí por la parte
trasera del jardín a la altura de la cabaña para herramientas; quería averiguar
el origen del extraño resplandor que había visto desde la ventana.
El bosque estaba en
calma. Unas pocas ráfagas de viento mecían las ramas más altas de los árboles.
Sin embargo, ni rastro del resplandor, ni una huella, ni un indicio; de hecho,
tampoco estaban los matorrales. Estaba completamente seguro de que aquel fulgor
ascendía desde una zona de matas bajas perfectamente visibles y aunque no soy
exactamente lo que se dice un boy-scout, no tengo excesivos problemas de
orientación de modo que sabía en qué región del bosque había visto el fenómeno.
En aquella zona nada dejaba entrever que algo o alguien había pasado ni
siquiera cerca del lugar. De hecho, incluso el entorno se había modificado y
habían desaparecido los matorrales, tan sólo en unos minutos.
Volví a entrar en
casa pero evité volver a subir al ático. No me sentía con ánimo por el momento.
Aquí sentado delante del escritorio garabateo estas notas para ordenar mis
ideas. Confieso que estoy preocupado. No me explico las cosas que han ocurrido
y tengo miedo de que sigan ocurriendo hechos similares, pero no pienso
abandonar. Procuraré conservar la calma y aguardar acontecimientos.
(Continuará).
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