domingo, 5 de mayo de 2013

El Ático (Parte 9)


- ¿Por qué lo dice? - le pregunté con gesto divertido aunque en el fondo estaba un poco enfadado por el comentario. No me había hecho ni pizca de gracia porque denotaba que el anciano sabía algo intrigante que yo no conocía.

- "Na, por na" - contestó el hombre, esta vez sin dilación y un poco azorado; daba la impresión de que había tomado conciencia de que con su espontaneidad había hablado más de lo que quería.

- Hombre, por algo será - insistí. Lo miré fijamente; el vejete no tenía escapatoria.


- La "casa la Valeria" es rara, nadie quiere arrimarse a ella - explicó mientras bajaba la mirada. El otro anciano lo miraba de hito en hito, hasta que no pudo por menos que comentar:

- Joer Pepe. No son más que habladurías. Yo nunca he visto nada raro, ni siquiera cerca de la casa -. Era evidentemente más joven y demostraba tener más cultura.

- "Pue" el otro día tuvieron que venir los civiles y "to" -. Insistió el tal Pepe girándose completamente hacia su amigo y con la cara rubicunda, un poco ofuscado.

- Esperen, esperen - les interrumpí esta vez más intrigado que alterado -. Efectivamente, soy el nieto de Valeria y Luis y acabo de heredar la casa de mis abuelos, así que muy pronto me convertiré en su nuevo vecino. - Hice una brevísima pausa - ¿Me quieren decir que la Guardia Civil tuvo que venir a mi casa? ¿Para qué?

- No le haga caso - dijo el segundo lugareño intentando quitar hierro al asunto -. Vinieron porque alguien del pueblo vio algo en el bosque y le pareció que era un animal grande, una especie de oso según decía, algo totalmente imposible. Investigaron pero no encontraron nada. No tuvieron ni que pasar a su casa siquiera.

- ¿Y eso qué tiene que ver entonces con ella? - pregunté a continuación.

- Fue el Ángel el que vio al animal - repuso Pepe -. Dijo "qu'era" algo raro que rondaba la casa y luego se metió en el bosque.

- Después de salir del bar con unas cuantas copas puestas... - contestó el más joven.

- El Ángel ya no bebe por la "cirrosi" – replicó de nuevo Pepe, sentenciando como si estuviera en posesión de la verdad absoluta.

     La verdad es que me estaban sacando un poco de quicio. No pude por menos que replicar:

- No me digan que sólo por eso la casa tiene fama de "rara"...

- No le haga caso. Este es un pueblo pequeño pero en una comarca con muchas leyendas. - Explicó el hombre más joven y que más tarde se presentaría como Félix, el teniente de alcalde -. Una casa que no está habitada cerca del bosque, alguien dice que ve cosas, los demás le echan imaginación, se apoyan en la antigua historia del pueblo y ya tiene una leyenda montada. - Cambió bruscamente de tema - Estaría bien tenerle como vecino. Es lo que nos hace falta por aquí, savia nueva.

- Gracias - respondí más calmado -. Aún no tengo decidido si vendré a vivir aquí definitivamente. Estoy haciendo una primera toma de contacto -. Al igual que con Celia, pensé también en contar algo de lo que me había ocurrido pero decidí no echar más leña al fuego de la imaginación del tal Pepe. Sin embargo, fue él el que habló de nuevo:

- ¿Y está viviendo "usté" en la casa?

- No, qué va. Ya le digo que es un primer contacto; es la primera vez que vengo desde hace años. Estoy alojado en el Hostal.

    Pepe hizo un sonido gutural que interpreté como un "ajá" y acto seguido bajó la mirada por lo cual sólo pude verle a partir de entonces el pico de la boina. Félix movió la cabeza y chasqueó la lengua con gesto desaprobador pero también un tanto divertido.

- Perdone a este huraño. Menuda idea se estará formando de la gente del pueblo...

- No se preocupe. Todo el mundo está siendo muy amable. Sin excepción - añadí mirando a Pepe, pero ni siquiera levantó la cabeza.

- Venga al bar - comentó Félix -. Le invito a tomar algo. Tú, ¿te vienes?

      No entendí lo que murmuró. Ni una palabra. Pero Félix parecía haber estudiado el curso Castellano-Pepe, Pepe-Castellano.

- Como quieras.

    Como no quería ser descortés accedí a acompañarle aunque no me apetecía demasiado. Hubiera preferido dar un paseo por el bosque antes del anochecer así que tuve que cambiar de planes. Tampoco me arrepentí porque comenzaba a socializar un poco con las gentes del lugar y entiendo que eso es algo fundamental si la intención es la de residir permanentemente en un pueblo como este y además con la posible idea de montar un negocio.

      El bar era también muy típicamente rural con un fuerte olor a vino, queso y madera que se notaba nada más traspasar la cortinilla de tiras metálicas tan característica. Y había que tener ojo con el escalón de la entrada (!!!). El camarero era un hombre fuerte de unos sesenta años, de mediana altura, canoso y con entradas muy pronunciadas. También tenía chapetas sonrosadas, como Celia (qué saludable debe ser el aire del pueblo o qué afición debe haber al tintorrillo). Estaba secando unos vasos, el ambiente me recordó vagamente a un western clásico. Como clientes había cinco personas más, todos hombres. Cuatro estaban alrededor de una mesa jugando al mus. Alguna jarra de cerveza y varios vasos de vino prácticamente vacíos ocupaban el espacio entre las cartas y las monedas. Un quinto estaba en la barra. Era alto, con gafas, de unos cincuenta y pocos años, delgado, de pelo moreno aunque escaso y bebía un vaso que parecía contener vino.

- Ángeeeeeeeeel - exclamó de pronto Félix como si estuviera llamando a las cabras - . Que te me has "echao" otra vez al vinillo.

     El de la barra se revolvió bastante molesto.

- Que no joder - contestó -. Estoy con un mosto.

     El camarero echó una sonrisilla, pude verlo perfectamente. Félix siguió pinchándole.

- Mira. Este es un vecino nuevo. El dueño del oso.

- Eres un cabrón.

- Ja, ja, ja. Oye - le espetó mi nuevo amigo al camarero -, ponle otro de lo que esté tomando. Un vino para mí. ¿Y usted qué quiere tomar?

- Una cerveza sin alcohol, si puede ser. Si vamos a ser vecinos mejor es que me trate de tú. Me llamo Juan.
 
- Fenómeno. Yo soy Félix. Tengo ahí cerca mi casa y más allá un campo de labor, aunque estoy jubilado. Y soy el teniente alcalde.

- Encantado.

- Una sin entonces para Juan. Pon también otra ronda a las "fuerzas vivas".

     Los cuatro de la mesa dieron las gracias (o algo parecido) casi a la vez. Uno de ellos, que parecía más "contento" de lo normal, le gritó en voz alta:

- Qué "estirao" está hoy el jodío teniente...

- Le pones a todos menos a ese - dijo Félix divertido.

      Las bromas y chascarrillos continuaron durante un buen rato pero a estas alturas a las que escribo ya las he olvidado, la verdad es que continuaron siendo bastante ordinarias y malsonantes. A la media hora larga me disculpé y me dispuse a marchar alegando tener que trabajar con el ordenador, después de que los presentes me dieran cantidad de datos de tipo "mi hermana era cuñada del tío de la Reme" y cosas parecidas, así como detalles del pueblo que ahora mismo soy incapaz de recordar como en qué año se produjo la ultima riada o la altura exacta del Pico Pastor. Cuando me marché, Ángel ya no estaba allí. No había abierto la boca en ningún momento y ni siquiera lo había visto salir. Lo único que pude ver cuando le lanzó el exabrupto a Félix fue cierto brillo de odio y acaso temor en la mirada.

(Continuará).







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