domingo, 20 de octubre de 2013

El Ático (Parte 24)

   Jaime frenó tan bruscamente a la salida de una curva en plena carretera comarcal que provocó que don Joaquín, que en ese momento iba leyendo unos Salmos, casi topara contra el parabrisas a pesar de llevar el cinturón puesto. Las gafas le salieron disparadas y cayeron al suelo.

- Hijo por favor, qué susto - dijo con su habitual tono bonachón y comprensivo -. ¿Qué ocurre? - Miró al frente pero sin las gafas lo único que veía eran siluetas borrosas en medio de la carretera.

- ¿No lo ve, tío? - Dijo Jaime sin percatarse de que su tío se inclinaba hacia delante y entornaba los ojos para intentar enfocar un poco mejor -. Es la Guardia Civil. Hay un coche ahí en el arcén abandonado.


   Uno de los guardias era conocido del párroco y se acercó a saludarle a través de la ventanilla del coche.

- Buenas tardes don Joaquín.

- Ah, hola Vicente - contestó el cura tras vacilar unos instantes y reconocer al agente -. Buenas tardes. ¿Qué ha ocurrido?

- Le cuento, a ver si puede ayudarnos. Ayer por la tarde acudió un mecánico con una grúa a rescatar a un hombre que hizo una llamada de socorro porque se había quedado con su coche averiado en este punto de la carretera pero cuando llegó sólo estaba el coche, ni rastro del señor. ¿Le suena el vehículo, Padre?

- Desde aquí no lo veo bien - contestó entornando aún más los ojos y mirando hacia donde se encontraba el turismo -. Mi sobrino ha frenado tan bruscamente que se me han caído las gafas. Pero por lo que puedo apreciar no me resulta conocido.

- A mí tampoco me suena de nada - intervino Jaime interrumpiendo la conversación antes de que el guardia siguiera indagando en el tema de su velocidad, el frenazo y las gafas.

- Es muy raro - continuó el agente haciendo caso omiso al chaval -. El mecánico dio parte a la aseguradora y volvió a su taller después de esperar aquí durante casi una hora. Como no se quedaba tranquilo volvió a pasar por aquí esta mañana temprano y al encontrarse que el coche seguía aún abandonado se puso en contacto con nosotros y explicó lo sucedido. Cuando llegamos pudimos observar el coche y ese gran maletín gris en los asientos traseros que nos dio mala impresión, de manera que aquí están nuestros amigos los artificieros intentando averiguar si entraña algún peligro.

- ¿Pensáis que puede ser un maletín bomba? - Preguntó el párroco con asombro -. ¿Aquí, en plena sierra de Cameros?

- No había documentación alguna en la guantera ni en el maletero, padre Joaquín. Por lo que sabemos no descartamos que pueda tratarse de un terrorista.

- ¡Válgame el Cielo! - exclamó el cura soltándose del cinturón y agachándose para recoger sus gafas, que afortunadamente se encontraban intactas.

   Volvió a dirigir la mirada una vez restablecida su visión hacia el turismo abandonado, que en ese momento estaba abierto y rodeado por una brigada de artificieros que aplicaban algunos instrumentos de detección y medida al maletín sospechoso. Aparentemente no se detectaban temporizadores o detonadores en su interior, por lo cual uno de los agentes procedió a forzar las dos cerraduras de seguridad del maletín con suma cautela. Tras soltar los cerrojos abrió la tapa superior, encontrando bastante documentación impresa, un pequeño ordenador portátil personal, un contador geiger para medir radiaciones y diversos utensilios que parecían servir para la recogida de muestras.

   Entre la documentación impresa encontraron los datos personales del desaparecido.

- Se llama Raúl Suárez y al parecer reside en Logroño - dijo otro agente de la Guardia Civil tendiendo unos cuantos Din-A4 impresos a su colega, que aún permanecía al lado del coche de don Joaquín y su sobrino -. Es investigador del CSIC, teletrabajador de las oficinas centrales - añadió mirando por encima de la montura de sus gafas de sol.

   Vicente recogió los papeles que le tendía su compañero y los examinó brevemente.

- Primero una pareja de Zaragoza y ahora un investigador del CSIC - comentó el guardia como pensando en voz alta -. ¿Qué coño estará pasando? ... Perdone don Joaquín - añadió avergonzado por su expresión espontánea al ver que el sacerdote lo estaba mirando directamente.

- No te preocupes hijo - repuso el cura sonriendo -. Cosas peores oigo.

- Puede seguir su camino si lo desea - dijo Vicente amablemente -. Tenga cuidado, Padre.

- Gracias majo. Tened cuidado vosotros también.

   El guardia hizo un breve gesto de saludo con la mano y se puso en medio de la carretera para vigilar que en ese momento no pasara ningún coche o tractor y facilitar así la maniobra de incorporación de Jaime, mientras don Joaquín volvía a ajustarse el cinturón.

   Se pusieron inmediatamente en marcha. Tras unos minutos en silencio, mientras avanzaban por la estrecha carretera entre pinares, el párroco hizo un comentario:

- ¿Y de ayer a hoy no habrá pasado nadie por esta carretera que haya podido ver algo?

- Mi padre dice que se encontró con el Saturio ayer en el bar y le dijo que cuando volvía con el tractor vio un hombre plantado en la carretera que estaba esperando una grúa – contestó Jaime con naturalidad -. Le dijo si necesitaba ayuda pero el hombre dijo que no.

   El sacerdote se volvió para mirar directamente a su sobrino, que no dejaba de observar la carretera con las dos manos al volante.

- ¿Y por qué no se lo has dicho antes a Vicente?

- No he caído tío... - respondió Jaime ruborizado.

- Desde luego mira que eres corto, hijo.

   Don Joaquín había hecho el comentario sin mala intención, arrepintiéndose inmediatamente porque no parecía que el hecho de haber omitido a los guardias el detalle tuviera mayor trascendencia, pero el chico se molestó un poco.

- ¿Y usted? -. El cura volvió a girarse sorprendido. Jaime siguió tras un breve lapso de tiempo en silencio -. ¿Cuándo va a contar lo que sabe?

   El sacerdote abrió la boca para decir algo pero la sorpresa lo había enmudecido.

- Ya sabe... - siguió diciendo el hijo del pastor -. Lo de la señora Reme... Lo que le dijo el día que murió.

- ¿Y tú cómo sabes eso?

   Jaime continuaba mirando hacia la carretera, acentuándose el rubor aún más.

- Soy su ayudante - contestó -. Me entero de las cosas.

   El cura miró al frente pensativo.

- ¿Y bien? - Insistió el chico.

- A su debido tiempo, hijo... A su debido tiempo.




Lunes 3 de septiembre de 2012

   Desde mi habitación en casa de mis padres y tras haber recopilado durante la tarde y noche de hoy alguna información sobre las experiencias que me ha tocado vivir, finalizo temporalmente este diario. Seguramente lo retomaré dentro de algún tiempo pero de momento no me siento con ganas de continuarlo. Espero que lo que he registrado a lo largo de este intenso fin de semana sirva en el futuro para entender lo que ha ocurrido y acaso también lo que ocurrirá. De todas formas, nunca he sido muy constante y de hecho me decidí a empezar a escribirlo al conocer mi herencia, para relatar mi experiencia como nuevo propietario, llevar la contabilidad de la casa, planificar su conversión en casa rural… Nada de eso tiene ya sentido y por tanto lo cierro con los últimos acontecimientos que he vivido hoy y que paso a resumir.


   Me levanté temprano esta mañana después de descansar sin sobresaltos y dormir durante casi siete horas. Lucía un sol espléndido, lo cual era de agradecer. Celia me tenía preparado el desayuno desde hacía aproximadamente media hora, de manera que bajé al salón para tomármelo, como siempre en su grata compañía. Se encontraba de nuevo seria y algo cabizbaja. No tardé demasiado en preguntarle por su estado.

- ¿Te encuentras bien, Celia? ¿Hay alguna novedad?

   Me miró con su ya habitual cara de preocupación y respondió con aire cansino.

- Ayer por la tarde mientras estaba usted en su casa vino de nuevo la Guardia Civil para hacer más preguntas.

   Dejé la tostada a medio camino entre la mesa y la boca.

- ¿Saben algo de la pareja que desapareció?

- No vinieron sólo por eso – explicó la hostelera -. Ha desaparecido otra persona. Un científico o algo así, creo que del CSI.

- ¿El CSIC?

- Sí, algo parecido  – hizo una breve pausa para tomar aire y continuar -. Se llamaba Raúl Suárez y entre los papeles que llevaba tenía unas anotaciones donde decía que se iba a alojar aquí durante el fin de semana.

- No me digas que era el hombre que esperabas y que iba a hospedarse aquí también, el que llamó para decir que finalmente no podría venir.

- Eso es. Tenía reserva para el sábado pero me llamó por la mañana ese mismo día para decirme que la anulaba porque le había surgido un imprevisto o algo así. Los civiles dicen que puede ser que llamara desde su coche, que se había averiado; estaba esperando una grúa de rescate, pero a mí no me dijo nada de eso, lo juro.

- Tranquila Celia. No creo que nadie te esté acusando de algo – dije intentando tranquilizarla, aunque no dejaba de ser curioso que una especie de maldición persiguiera a los clientes del hostal durante este extraño fin de semana, de la cual yo era el que había resultado mejor parado y con reservas.

- Es que a veces hacen las preguntas como si yo fuera la mala de la película, una especie de asesina…  Cuando yo no he tenido nada que ver - Se encontraba entre la ira y la angustia, al borde del llanto.

- Forma parte de su trabajo, no le des mayor importancia.

   Noté que contar sus preocupaciones le aliviaba así que seguí insistiendo en el tema.

- ¿Y tampoco han vuelto a saber nada de él?

- Nada – respondió Celia -. Parece ser que están haciendo un plan para registrar toda la zona, aunque como sabe el bosque es inmenso.

- ¿Y la habitación de la pareja de Zaragoza con sus cosas? – Volví a preguntar.

- Han avisado a la familia y los padres de los chicos van a venir a hablar con la policía y recogerlas esta tarde sobre las seis. También estará el alcalde.

- Para entonces ya me habré ido. Tengo la intención de marcharme después de comer.

   Celia dio un respingo sobresaltada. Me dio la impresión de que no quería quedarse sola en el hostal o al menos de que ya se había acostumbrado a mi presencia.

- Pero volverá, ¿no? – Exclamó con un deje de preocupación. No quise alterarla más de lo que estaba.

- Por supuesto. He heredado la casa de mis abuelos y pienso atenderla e incluso habilitarla para que se pueda residir en ella. Pensaba también quizá alquilar alguna o algunas habitaciones a modo de casa rural, aunque eso significaría hacerte la competencia…

   La mujer sonrió ligeramente con cierto alivio.

- Bendita competencia, si eso sirve para dar vida al pueblo.

- No te preocupes que volveré – continué casi sin meditar mis palabras -. Sólo necesito poner en orden algunas ideas. ¿Has dicho que va a venir el alcalde?


- Sí, de hecho ya debe estar en el Ayuntamiento – contestó Celia retirándome los primeros restos del desayuno de la mesa -. Aunque no reside aquí viene casi todos los días durante la mañana entre semana. El señor Félix le tiene siempre informado. Hoy creo que han convocado un pleno extraordinario para tratar lo que ha ocurrido este fin de semana. El pleno suele ser a la una de la tarde.

- Quizá pase a saludarlo – dije dando un bocado a lo que quedaba de mi tostada .

- Es una persona muy agradable – comentó la hostelera -. Seguro que le cae bien.

- Me da tiempo ir antes de que empiece el pleno.


   Terminé mi desayuno en un santiamén y subí a la habitación para dejar preparado todo el equipaje antes de marcharme. En ese momento noté una vibración familiar en el bolsillo del pantalón. Era un mensaje que entraba en el móvil. “Buenos días. Espero que hayas descansado bien. Llámame cuando vuelvas. Es importante. Besos. Cris”.


(Continuará).










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