domingo, 28 de abril de 2013

El Ático (Parte 8)


Sábado 8 de septiembre de 2012 (por la noche).

   Transcurrida la jornada, me encuentro en mi habitación terminando de redactar mi diario. El día ha sido intenso y no finalizaron las sorpresas cuando cerré la casa a mediodía y volví al Hostal para intentar comer algo. Tenía pocas ganas, la excitación no me dejaba probar bocado. Celia me lo notó en la cara.
- ¿Le ha ocurrido algo? Parece que ha visto un fantasma -. Dijo mientras me servía un revuelto de setas que parecía estar bastante bueno. Hoy parecía estar algo más “dicharachera”. Dudé entre relatarle todo lo que había ocurrido o explicarlo con menos detalles pero al final me decidí por contarle una verdad a medias.

- Me ha emocionado encontrarme en la casa de mis abuelos y saber que ahora es mi responsabilidad. Nunca había sentido algo semejante. Una casona tan grande, tantas cosas de las que cuidar, las habitaciones, el jardín, la cabaña de herramientas, el ático… He encontrado algunas cosas muy interesantes e incluso un libro manuscrito por mi abuelo con leyendas de la comarca.

- Qué interesante -. Su cara regordeta reflejaba un vivo interés. De pronto, cambió de tema. – Mi madre era muy amiga de sus abuelos, se llevaban muy bien.

- Llámame de tú, por favor. Me llamo Juan y puede que seamos vecinos muy pronto.

- Ah, muy bien - se ruborizó un poco; en realidad era bastante tímida -. ¿Qué quieres de segundo? Hay pollo asado, trucha o filete de ternera. Aunque veo que no tocas mucho el revuelto.

- Tengo poca hambre aunque en realidad está muy rico. Debe ser por las emociones del día. Un poco de pollo por favor -. Reparé en que me encontraba yo solo en el comedor -. ¿No ha vuelto la pareja de Zaragoza?

- Se marchaban de senderismo durante todo el día - me explicó -. Me pidieron que les hiciera unos bocadillos para el mediodía.

- Últimamente todos te estamos dando la tabarra con los bocadillos - le dije para darle un poco de confianza. Parece que surtió efecto.

- Sí - la mujer sonrió abiertamente -. No me complicáis la vida demasiado, no.

- Oye, Celia - me acordé de repente -. ¿No esperabas a otro cliente esta mañana?

- Así es. Pero llamó temprano para decir que no podría venir al final. De postre te voy a traer unas pastas caseras como las que hacía mi madre. Están muy ricas, ya me lo dirás.

- Una cosa más, por favor – le interrumpí cuando ya se daba la vuelta para volver a la cocina -. ¿Sabes si cerca de la casa de mis abuelos había una vaquería? Debía ser lo último que había en el pueblo antes del bosque.

- Sí, así es – contestó casi inmediatamente -. Pero hace muchos años, después de la Guerra Civil. Era de Ángeles y Pedro, gente del pueblo de toda la vida. Mi madre les conocía. La cerraron en los años 50, no sé muy bien la fecha exacta. A Pedro, el marido, lo acusaron de un delito bastante turbio y estuvo en prisión varios años. Murió en la cárcel de “pulmonía”. La señora Ángeles murió bastante joven, en los años 70, tendría unos 60 o 65 años. No tuvieron hijos.

- ¿Qué clase de delito? – pregunté sorprendido; empezaba a hilar las cosas.

-  Creo que fue algo sobre la desaparición de un niño del pueblo, pero no sé mucho de ello. Sólo lo que contaba mi madre y tampoco es que la tomáramos muy en serio. O sea, lo de la vaquería y eso sí fue verdad pero lo de la historia de esa familia… - hizo una pausa breve -. Yo creo que también hay mucho de imaginación o leyenda. Se mezcla bastante la historia real con los cuentos que contaba mi madre para tenernos entretenidos y que nos tomáramos la sopa.

- Como mi abuelo… - dije afirmando a la vez con la cabeza.

- Exactamente igual – sonrió Celia -. Si quieres saber más el Ayuntamiento tiene un archivo municipal con una hemeroteca muy rudimentaria, pero hasta el lunes no abren. Me voy, que se me quema el pollo.

   En principio estaba bien la idea de visitar la hemeroteca, pero inmediatamente después me pareció un poco obsoleta porque seguramente podría conseguir mucha más información por Internet. De todas maneras apunté la tarea de revisarla en la agenda del tablet porque me pareció muy interesante lo de entrar en una biblioteca rural con antiguos ejemplares de periódicos y ese olor tan característico a papel viejo y madera. Además, de esta manera también podría socializar un poco con las gentes del pueblo y especialmente con los funcionarios que desarrollan su labor aquí los días de entre semana. Debía empezar a darme a conocer si iba a frecuentar asiduamente el pueblo incluso con vistas a residir periódica o quizá permanentemente en el mismo.

   Fui a dar una vuelta después del almuerzo. La conversación con Celia me había animado e intrigado a la vez y al final había podido comer bastante bien, incluso las famosas pastas de la señora Remedios que realmente estaban muy ricas. Me hubiera gustado seguir leyendo más historias de la comarca pero recordé que había dejado el libro manuscrito de mi abuelo sobre el tresillo del ático y también me acordé de que aún no había abierto el baúl de hierro que estaba adosado a la pared, así que por un momento pensé en volver a casa y subir de nuevo al ático pero al instante pensé que sería mejor hacerlo al día siguiente por la mañana. Lo que más me apetecía en ese momento era recorrer tranquila y pausadamente el pueblo.

   Llegué a la Plaza Mayor, donde dos ancianos sesteaban en el banco más próximo al Ayuntamiento. La tarde estaba soleada y no hacía mucho frío pero se mantenían bien abrigados y con la boina calada casi hasta los ojos, tapándoles las cejas. La imagen no podía ser más tópicamente rural.

- Buenas tardes - les saludé afablemente -. Buen tiempo hoy, ¿eh?

  Movieron la cabeza a la vez afirmando, como dos animatronics. Siguieron inmóviles frente al sol de la tarde hasta que el que parecía más mayor habló por fin, al cabo de un rato:

- ¿Es usté’l nieto la Valeria?

- Sí, así es – respondí sorprendido. Tuvieron que pasar otros dos largos minutos para que siguiera con su argumento, que fue contundente:

- Que le sea leve…

(Continuará).

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