Sábado 8 de septiembre
de 2012 (por la noche).
Transcurrida la jornada, me encuentro en mi habitación terminando de redactar mi diario. El día ha sido intenso
y no finalizaron las sorpresas cuando cerré la casa a mediodía y volví al Hostal para intentar comer algo. Tenía pocas ganas, la excitación no me dejaba
probar bocado. Celia me lo notó en la cara.
- ¿Le ha ocurrido algo?
Parece que ha visto un fantasma -. Dijo mientras me servía un revuelto de setas
que parecía estar bastante bueno. Hoy parecía estar algo más “dicharachera”. Dudé
entre relatarle todo lo que había ocurrido o explicarlo con menos detalles pero
al final me decidí por contarle una verdad a medias.
- Me ha emocionado
encontrarme en la casa de mis abuelos y saber que ahora es mi responsabilidad.
Nunca había sentido algo semejante. Una casona tan grande, tantas cosas de las
que cuidar, las habitaciones, el jardín, la cabaña de herramientas, el ático…
He encontrado algunas cosas muy interesantes e incluso un libro manuscrito por
mi abuelo con leyendas de la comarca.
- Qué interesante -. Su
cara regordeta reflejaba un vivo interés. De pronto, cambió de tema. – Mi madre
era muy amiga de sus abuelos, se llevaban muy bien.
- Llámame de tú, por
favor. Me llamo Juan y puede que seamos vecinos muy pronto.
- Ah, muy bien - se ruborizó
un poco; en realidad era bastante tímida -. ¿Qué quieres de segundo? Hay pollo
asado, trucha o filete de ternera. Aunque veo que no tocas mucho el revuelto.
- Tengo poca hambre
aunque en realidad está muy rico. Debe ser por las emociones del día. Un poco
de pollo por favor -. Reparé en que me encontraba yo solo en el comedor -. ¿No
ha vuelto la pareja de Zaragoza?
- Se marchaban de
senderismo durante todo el día - me explicó -. Me pidieron que les hiciera unos
bocadillos para el mediodía.
- Últimamente todos te
estamos dando la tabarra con los bocadillos - le dije para darle un poco de
confianza. Parece que surtió efecto.
- Sí - la mujer sonrió
abiertamente -. No me complicáis la vida demasiado, no.
- Así es. Pero llamó
temprano para decir que no podría venir al final. De postre te voy a traer unas
pastas caseras como las que hacía mi madre. Están muy ricas, ya me lo dirás.
- Una cosa más, por
favor – le interrumpí cuando ya se daba la vuelta para volver a la cocina -.
¿Sabes si cerca de la casa de mis abuelos había una vaquería? Debía ser lo
último que había en el pueblo antes del bosque.
- Sí, así es – contestó
casi inmediatamente -. Pero hace muchos años, después de la Guerra Civil. Era
de Ángeles y Pedro, gente del pueblo de toda la vida. Mi madre les conocía. La
cerraron en los años 50, no sé muy bien la fecha exacta. A Pedro, el marido, lo
acusaron de un delito bastante turbio y estuvo en prisión varios años. Murió en
la cárcel de “pulmonía”. La señora Ángeles murió bastante joven, en los años 70,
tendría unos 60 o 65 años. No tuvieron hijos.
- Creo que fue algo sobre la desaparición de un niño del
pueblo, pero no sé mucho de ello. Sólo lo que contaba mi madre y tampoco es que
la tomáramos muy en serio. O sea, lo de la vaquería y eso sí fue verdad pero lo
de la historia de esa familia… - hizo una pausa breve -. Yo creo que también
hay mucho de imaginación o leyenda. Se mezcla bastante la historia real con los
cuentos que contaba mi madre para tenernos entretenidos y que nos tomáramos la
sopa.
- Como mi abuelo… -
dije afirmando a la vez con la cabeza.
- Exactamente igual –
sonrió Celia -. Si quieres saber más el Ayuntamiento tiene un archivo municipal
con una hemeroteca muy rudimentaria, pero hasta el lunes no abren. Me voy, que
se me quema el pollo.
En principio estaba bien la idea de visitar
la hemeroteca, pero inmediatamente después me pareció un poco obsoleta porque
seguramente podría conseguir mucha más información por Internet. De todas
maneras apunté la tarea de revisarla en la agenda del tablet porque me pareció
muy interesante lo de entrar en una biblioteca rural con antiguos ejemplares de
periódicos y ese olor tan característico a papel viejo y madera. Además, de
esta manera también podría socializar un poco con las gentes del pueblo y
especialmente con los funcionarios que desarrollan su labor aquí los días de
entre semana. Debía empezar a darme a conocer si iba a frecuentar asiduamente
el pueblo incluso con vistas a residir periódica o quizá permanentemente en el
mismo.
Fui a dar una vuelta después del almuerzo.
La conversación con Celia me había animado e intrigado a la vez y al final
había podido comer bastante bien, incluso las famosas pastas de la señora
Remedios que realmente estaban muy ricas. Me hubiera gustado seguir leyendo más
historias de la comarca pero recordé que había dejado el libro manuscrito de mi
abuelo sobre el tresillo del ático y también me acordé de que aún no había
abierto el baúl de hierro que estaba adosado a la pared, así que por un momento
pensé en volver a casa y subir de nuevo al ático pero al instante pensé que
sería mejor hacerlo al día siguiente por la mañana. Lo que más me apetecía en
ese momento era recorrer tranquila y pausadamente el pueblo.
Llegué a la Plaza Mayor, donde dos ancianos
sesteaban en el banco más próximo al Ayuntamiento. La tarde estaba soleada y no
hacía mucho frío pero se mantenían bien abrigados y con la boina calada casi
hasta los ojos, tapándoles las cejas. La imagen no podía ser más tópicamente
rural.
- Buenas tardes - les
saludé afablemente -. Buen tiempo hoy, ¿eh?
Movieron la cabeza a la vez afirmando, como
dos animatronics. Siguieron inmóviles frente al sol de la tarde hasta que el que
parecía más mayor habló por fin, al cabo de un rato:
- ¿Es usté’l nieto la
Valeria?
- Sí, así es – respondí
sorprendido. Tuvieron que pasar otros dos largos minutos para que siguiera con
su argumento, que fue contundente:
- Que le sea leve…
(Continuará).
No hay comentarios:
Publicar un comentario