lunes, 27 de mayo de 2013

El Ático (Parte 12)

Domingo 9 de septiembre de 2012 (por la noche).

     Una noche más en la soledad de la habitación del hostal escribo mi diario narrando los hechos sucedidos durante el día en este domingo 9 de septiembre. Aunque procuro ser objetivo, confieso que mis vivencias son tan extrañas que cuento mi vida como si me fuera ajena, como si le estuviera ocurriendo a otra persona. Los hechos increíbles que me están sucediendo me están afectando a la razón y creo que empiezo a no saber distinguir lo que es real y lo que no lo es. He tomado la decisión de volver mañana a casa de mis padres. No me quedo en el pueblo ni un día más y no sé si volveré. Probablemente sí, pero cuando haya analizado todo lo que ha ocurrido en estos tres días tan intensos y tras los cuales me llevo como único equipaje extra el libro manuscrito de mi abuelo y un extraño artefacto que encontré en el baúl del ático. Tengo que entender muchas cosas y necesito ayuda.

     Tal y como prometió, Cristina llegó al pueblo poco después del desayuno y me encontró en el hostal leyendo mis notas en el tablet sentado en el sillón de mimbre junto al mostrador de recepción. Como siempre, cariñosa y jovial, se agachó antes de que pudiera levantarme y me estampó dos besos, uno en cada mejilla.

- Hola bichejo, ¿cómo estás? – Traía un simple bolso de piel de vaca y sus cosas personales en el interior. Sentí una profunda alegría al verla.

- Hola Cris – respondí con una amplia sonrisa. Qué lejos me parecía la última vez que la vi aunque fue tan sólo el sábado pasado, cuando les propuse a mis amigos acompañarme para pasar el fin de semana juntos por estas tierras – Me alegro mucho de verte. ¿Qué tal el viaje?

- Corto – soltó el bolso y se lo puso en el regazo mientras se sentaba a mi lado -. No hay mucho tráfico hoy domingo, igual a la vuelta encuentro más jaleo. Y como ves, no me he perdido.

     Reímos los dos. Siempre se las arregla para reivindicar sus cualidades y su independencia.

- Y bien. ¿Cómo te va? – Me preguntó mirándome fijamente, como intuyendo que algo no marchaba bien.

- Tengo que contarte muchas cosas y algunas de ellas son difíciles de creer. – Noté cómo fruncía levemente el ceño; venía a significar “como no confíes en mí doy media vuelta y me voy”. – Creo que la casa que he heredado, especialmente el ático, está embrujada.

     Hizo un gesto de sorpresa exagerado a propósito y exclamó:

- ¡Tío, que te has equivocado! ¡Que al que le chifla el terror es a Sergio!

    Y a continuación se echó a reír a carcajadas, aunque sólo durante un momento al ver que yo continuaba serio y ponía cara de fastidio.

- Joder, lo crees de veras…

    No sabía cómo empezar, pero tras contarle mi llegada al pueblo, el primer contacto con sus gentes y la primera vez que entré en la casa ya no pude parar. Le fui contando toda mi experiencia sin ocultar el menor detalle, incluyendo los misteriosos portazos, las luces que veía en el bosque desde la buhardilla, la extraña sustancia que impregnaba el brocal del pozo, el manuscrito de mi abuelo con las historias que según parece había recopilado a lo largo de los años o lo más peliagudo, el hecho de que una pareja que se alojaba en el hostal hubiera desaparecido casi sin dejar rastro alguno. Le conté cómo había dejado el libro en el ático pero no me había atrevido aún a volver a recogerlo a pesar del indudable interés que me suscitaba, cómo había conocido a algunos lugareños y especialmente cómo me había quedado con ganas de hablar con Ángel, el hombre que había visto algo que rondaba la casa y se internaba en el bosque. Le hablé del hermetismo del señor Pepe, la animosidad de Félix el teniente de alcalde o el desparpajo de los jugadores del bar, así como de la pesadilla que había tenido nada más hablar con ella ayer por la tarde. Cris me escuchó atentamente y sin interrumpirme en ningún momento. Cuando terminé se hizo un breve silencio que rompió con decisión, casi yo diría que con alegría.

- Vamos. Enséñame tu casa. La libraremos de fantasmas y hechizos -. Se puso en pie de un brinco y me tiró del brazo impetuosamente para levantarme. Era muy impulsiva; no había más que ver las collejas que le daba de vez en cuando al pobre Sergio.

- No me estás tomando en serio – dije resistiéndome a levantarme y echando la espalda con fuerza contra el respaldo del sillón.

- Claro que te tomo en serio – afirmó liberando un poco la presión -. No sé si todo eso que te ha pasado tendrá una explicación lógica y racional pero por tu cara sé que te preocupa y que no estás bien, así que lo mejor será ir y averiguar qué está sucediendo.

    Justo cuando me levantaba del sillón entró Celia en Recepción. Aún tenía un gesto de preocupación en la mirada aunque procuraba disimularlo distrayéndose con las labores del hostal. Tras saludar a Cristina nos recordó que los Santos Oficios eran a las doce de la mañana hoy en la Iglesia, en la salida oeste del pueblo.

- Ese será el mejor momento para conocer a la gente del pueblo - dijo Cristina cuando Celia se marchó por la puerta de la cocina -. Podríamos acercarnos por allí. Imagino que llevas tan poco tiempo en el pueblo que al párroco ni lo conocerás.

- Así es. Pero ya sabes que no soy mucho de Misas - repuse a modo de excusa; no me apetecía mucho el plan que proponía.

- Ya lo sé. Ni yo tampoco. Pero en los pueblos ir a Misa los domingos es más que nada el acto social por excelencia y es donde "te pones al día" - dibujó virtualmente las comillas en el aire - en las cuestiones del pueblo. En la Iglesia y en el bar.

- Iremos entonces, si crees que puede ser útil - admití un poco más convencido.

    Salimos del hostal y caminamos por el pueblo hacia mi casa. Teníamos casi dos horas antes de Misa así que había tiempo de sobra para poder enseñar a Cristina tanto la casa como los aledaños. En el camino le fui describiendo un poco la distribución de la casona para que tuviera una cierta idea de por donde moverse. Había algo más de vidilla en el pueblo o por lo menos más gente en las calles o en la plaza. Vimos varios lugareños en el camino que se detenían y nos saludaban al pasar, entre ellos el retraído señor Pepe esta vez en solitario y que se limitó a hacer un breve movimiento de cabeza. Le expliqué quiénes eran según nos los encontrábamos y si les conocía o no.

- Ése no sé cómo se llama pero estaba en el bar ayer tarde jugando a las cartas. A esa señora es la primera vez que la veo...

    Únicamente el camarero se paró un momento ante nosotros cuando pasábamos cerca del bar y nos dirigió unas palabras:

- Buenos días. Hace buena mañana.

- Bastante - contestó Cris jovialmente. El camarero le dirigió una sonrisa neutra y se volvió hacia mí.

- Cuando tenga un momento me gustaría hablarle de un tema en privado. Ayer en el bar no tuve ocasión.

- Esta señorita es amiga mía - contesté un poco suspicaz -. Puede decirme lo que desee delante de ella.

    El hombre volvió a mirarla durante un breve instante y habló de nuevo mirándome directamente.

- No hay problema pero ahora no puedo decírselo. Tengo que hacer en el bar antes de abrir después de Misa. Vengan después de comer y hablamos.

 
   Antes de que pudiéramos replicar dio media vuelta y se marchó por donde había venido, por lo cual sospechamos que había salido de la taberna a propósito al vernos salir para decirnos lo que acababa de comentar.

- Qué tío más raro - dijo Cristina.

- No se mostraba tan raro y misterioso ayer, tan sólo un camarero rural de lo más normalito - respondí -. Es curioso; no me pareció que quisiera hablar conmigo cuando estuve en su bar ayer. En fin, luego saldremos de dudas.

    Después de unos minutos caminando tranquilos llegamos a casa. En esta ocasión, todo desde fuera estaba aparentemente tal y como lo había dejado. Cris silbó expresando una mezcla de sorpresa y admiración.

- Es grande... ¿Y eres el dueño de todo esto?

- Casa, finca, jardín y anexos, pozo y caseta - expliqué con normalidad.

- El favorito de los abuelos.

- Para nada. Nunca tuve conciencia de que pudiera ser así.

    Me miró con escepticismo.

- Pues esto demuestra que estabas muy equivocado. Aunque según lo que me has contado esto parece más bien una "herencia envenenada".

    No pude evitar una amplia sonrisa.

- O sea, que a fin de cuentas me crees...

- Digamos que no dudo de lo que me has contado, pero entenderás que necesito comprobar si lo que te ha ocurrido se puede explicar o no.

- Ya es bastante - le dije apretándole suavemente el brazo -. Eso ya es muy importante para mí. Me alegro mucho de que hayas venido.


- Hala, venga - noté que se ruborizaba un poquito -. ¿Es que no piensas enseñármela nunca?

(Continuará).


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